Las palabras, las cosas, el deseo y el saber...


Es este un texto publicado hace varios años en el cual planteo la porblemática de la relacion entre Foucault y el psicoanalisis. Lo propongo nuevamente -sin alteraciones- a la lectura de quien me haga el favor de pasar por estas páginas.
Héctor Escobar Sotomayor

¿En qué lugar se sitúa el saber del psicoanálisis? ¿cómo ciencia, cómo literatura cómo ficción?. Para responder a esta pregunta trataremos de dibujar someramente algunos apuntes que nos permitan establecer una relación que a todas luces parece confusa, pero que dentro de su aparente confusión sitúa en el debate a dos de los más influyentes pensadores contemporáneos, Michel Foucault y Jacques Lacan. Relación que atraviesa, sin duda, por otra obra, la de un Freud, al cual ambos reconocen como pionero en un campo primordial para la, así llamada, Modernidad.

Pergeñar las referencias a Freud y al psicoanálisis en la obra de Foucault resulta evidentemente una tarea ardua y compleja. Pero, si nos es posible reconocer al menos varios momentos fructíferos de esta relación.

El primero de estos momentos podemos ubicarlo en 1954, y aparece representado fundamentalmente por la introducción que hiciera Michel Foucault a Traum Und Existenz de Ludwig Biswanger. Aquí Foucault asume una postura crítica tanto al modelo interpretacionista usado por Freud en La Interpretación de los Sueños , y en particular en el caso Dora, como a los modelos hermenéuticos de la fenomenología de Husserl. La crítica a Freud se fundamenta en que, a decir de Foucault, la interpretación implica forzosamente una reducción semántica de la imagen onírica, la cual adquiere un significado simbólico (valga la expresión) y por ende pierde su fuerza existencial; es decir la imagen se reduce a ser una representación de algo más, un mero simbolismo.

Un segundo momento de esta relación podemos encontrarlo en una de sus obras capitales, Historia De La Locura En La Época Clásica, en donde la obra de Freud adquiere a todas luces un carácter ambiguo. Primeramente aparece ubicada como uno de los discursos que permiten hablar a la locura, situándose así en un terreno análogo al de Erasmo en su Elogio de la Locura, como un discurso que en Occidente se ha acercado a la sinrazón. Freud, nos dice Foucault, escucha a la locura y revela, bajo la apariencia de desorden de la sinrazón, la existencia del deseo como motivo articulador de las imágenes delirantes. Por medio del Psicoanálisis, la locura se hacer oír en la experiencia occidental. Sin embargo, ya aparece aquí otra crítica, misma que se manifiesta en la experiencia alienante de la relación médico-paciente. Así, el psicoanálisis pasa a adquirir los caracteres propios de la mirada médica, (alienación, extrañamiento de sí) en el paso del siglo XVIII al XIX, mismos que analizará ampliamente en El Nacimiento de la Clínica.


Un tercer momento puede ubicarse concretamente en su opus magnum, Las Palabras Y Las Cosas, en donde Foucault propone la posibilidad de establecer una arqueología de las ciencias humanas y con ello la arqueología misma del concepto Hombre. Para Foucault, el Hombre es un invento del siglo XVIII producto de una serie de modificaciones en los espacios epistémicos que le dan origen. Al hacer aparecer la figura del Hombre en el espacio en que confluyen por un lado la Economía, que ha surgido en el espacio en que anteriormente se encarnaba el Análisis de las Riquezas; por otro la Biología, que surge en el espacio anteriormente ocupado por la Historia Natural; y finalmente la Lingüística como relevo epistémico en el lugar anteriormente ocupado por la Historia de las Lenguas. En este espacio aparece el Hombre como encarnación de un ser económico, que vive y habla.

Un cuarto momento, radicalmente distinto, en la relación entre Foucault y el psicoanálisis, puede encontrarse en sus últimos trabajos, fundamentalmente en La Historia De La Sexualidad Vol. I: La Voluntad De Saber ). En donde Foucault ha desplazado su interés, yendo así del análisis arqueológico a un análisis sobre las formas y encarnaciones del poder y a la forma en cómo éstas constituyen espacios de saber que llamará Juegos de Verdad, los que hacen aparecer formas específicas de saber y técnicas determinadas en la producción de sujetos.

Aquí el Psicoanálisis ha pasado, de ser un lugar para la escucha de la locura (HL) y una posibilidad del fin del sueño antropológico (PC), a manifestarse como una herramienta para la constitución de sujetos, que extrae de los seres una supuesta verdad que se encontraría, para Occidente, en el oscuro secreto de la sexualidad. El psicoanálisis se ha convertido de este modo en una Scientia Sexualis y en una Tecnología Del Yo, la más refinada y sutil de todas; un discurso que recuperará las tradiciones occidentales de la confesión y la preocupación por el saber sobre el sujeto como fin (el Gnoti Sauton). En suma, una práctica ética y estética a través de la cual el sujeto llega a la conformación de su propio yo.

J.A. Miller ha postulado, a mi modo de ver bastante acertadamente, que lo que Foucault trató de hacer en este lugar ha sido una arqueología del psicoanálisis, misión que paulatinamente se ha ido resquebrajando. En esta labor Foucault se remonta primeramente a los discursos del siglo XVIII -sobre todo en La Voluntad De Saber- en busca de los orígenes de este «hablar sobre el sexo» pero paulatinamente, la temática misma le obliga a retroceder en su análisis, al siglo XVI, al Concilio de Trento, de ahí a la baja edad media y finales del imperio romano -por ejemplo en El Uso De Los Placeres- y desde aquí a las prácticas éticas de la antigua Grecia -La Inquietud De Sí.

El argumento de Miller consiste en que este desplazamiento testimonia del fracaso del método arqueológico-genealógico al aproximarse a la temática psicoanalítica, y de la honestidad intelectual de Foucault al proseguir y replantear esta problemática en un espacio que supera los diez años. Más adelante trataremos de proponer las que a nuestro parecer, son las causas de este fracaso.

Del Hombre al Sujeto

Ahora retomaremos el segundo momento de esta relación; momento en el que el Psicoanálisis aparece (junto con la Etnología) como un saber que cuestiona abiertamente las posibilidades unificadoras del concepto Hombre, al plantear las posibilidades de su finitud, y el agotamiento de sí mismo en un más allá que hace aparecer su límite. Para Foucault esta finitud se encarna en el concepto de Lo Impensado, posibilidades de pensamiento que quedan excluidas del espacio epistémico de un momento histórico dado (PC ).

Así la Modernidad hará aparecer una Economía que se agota en el Deseo; una Vida que se agota en la posibilidad de la Muerte, y en el Lenguaje que no puede ser reducido a una formalización universal, a un Saber o a un habla que se agotara en las posibilidades de la representación. Esta inagotabilidad del lenguaje ha permitido el surgimiento de disciplinas de interpretación que, en última instancia, plantean la posibilidad de establecer una hermenéutica del sujeto. El lenguaje aparece así como un lugar de construcción del sujeto y de las posibilidades subjetivas, situándose de este modo como una crítica radical al sujeto entendiendo a éste como un trascendental en el sentido kantiano. Aquí se ubica el psicoanálisis.

Por nuestra parte, hemos propuesto en otro lugar, la posibilidad de articular en un modelo análogo al desarrollado por Foucault en Las Palabras Y Las Cosas , el surgimiento de la moderna Psicología, como una ciencia sobre el espacio de lo mental; construida sobre la posibilidad misma de hacer una ciencia del Hombre en cuanto éste aparece definido como una conciencia, una razón y una voluntad de carácter trascendental, elementos que por otro lado se manifiestan en una individualidad que se ofrece a lo empírico. Nos es ya evidente el papel del psicoanálisis en una posición de ruptura con este modelo, y en consecuencia con el modelo del Hombre, al plantearse como posibilidad de un saber sobre el sujeto.

Ciencia, Saber y Verdad

La obra de Foucault puede articularse en un lugar interesante para nuestras consideraciones si la ubicamos en su relación con la Verdad. De este modo, la epistemología se plantearía como el estudio de las formas y modelos de conocimientos que serían científicos, es decir, en los cuales el elemento rector sería la Verdad, pudiéndose así postular la posibilidad de un avance y progreso de la ciencia que iría desde modelos de desconocimiento hasta llegar a modelos de conocimientos cada vez más amplios y perfectos (por utópico que esto pueda parecer). Es el modelo escatológico-racionalista propio del positivismo.

Sin embargo, la arqueología propuesta por Foucault no toma como eje rector de su investigación a la Verdad sino que su trabajo consiste en analizar las rupturas ocurridas en estos movimientos. Cómo el pensamiento de una época gira en torno de determinadas posibilidades que articulan aquello que será definido como Lo Pensable. De aquí Foucault desarrollará el concepto de Episteme, punto nodal de su trabajo. Así en PC postulará tres modelos de episteme, el del mundo antiguo regido y articulado en torno al concepto de la Semejanza; el de la época clásica (siglo XVII - fines del siglo XVIII - principios del XIX) regido por el concepto de Representación y el de la época moderna que marcaría el predominio del concepto de Hombre.

En este terreno es en Las Palabras Y Las Cosas que Foucault apunta la importancia del psicoanálisis como herramienta crítica de la noción de Hombre. Freud ha mostrado la otra cara de la moneda de dicha figura. Así, a la Conciencia opondrá la existencia del Inconsciente; a la Racionalidad opondrá la Irracionalidad de un principio del placer; y a la Voluntad opondrá el Deseo. Es decir, Freud muestra la inestabilidad del modelo racionalista, al plantear que en el hombre vive la posibilidad latente de la sinrazón al unir lo normal y lo patológico, rompiendo con los modelos que lo plantean como alteridades radicales. De ahí que valga preguntarse si no se ha producido ya el movimiento de olas que espera Foucault al final de Las Palabras Y Las Cosas, y que haría desaparecer la figura del Hombre del mismo modo en que se borraría un rostro de arena en la orilla del mar.

Esta desaparición del Hombre obedece a un nuevo acomodamiento de la episteme occidental, cuyas olas apenas nos empiezan a sacudir. Poco sabemos de lo que aparecerá, apenas es presentible la disolución de esta mítica figura. Apenas se adivina el espacio discursivo que la presenta. Más allá del Deseo, más allá de la Historia y del análisis de las lenguas, más allá de la vida.

En este terreno, el psicoanálisis, y en especial la obra de Lacan, anuncian este movimiento y lo fundan. Pues, si los límites antropológicos, el espacio que define la finitud, son la Muerte, el Deseo y el Lenguaje; y el psicoanálisis no hace sino poner en juego, apuntar y señalar constantemente a los fundamentos de estas figuras; no por ficciones menos reales, es también cierto que, al hacerlo, cuestiona la otra cara de este impensado, que es el hombre como duplicado empírico-trascendental. ¿Cómo entonces establecer una coherencia entre lo desarrollado en este momento -particularmente lúcido- de la obra de Foucault, con ese cuarto momento en donde priva el concepto de Tecnología del Yo, en donde el psicoanálisis se asimila a una práctica de dominación y de ejercicio de un poder, no por familiar menos terrible ni menos ominoso?

Sujeto y Yo

Creemos que el principal problema de Foucault en su lectura del psicoanálisis, tanto en Freud como en Lacan, -a este último en más de una ocasión definió como de ôprosa incomprensibleö- consiste en una confusión entre los conceptos de Sujeto y Yo. Sólo de este modo pueden entenderse afirmaciones tan radicalmente diferentes en dos momentos de su obra. Desde Freud lo sabemos, y en ello se fundamenta Lacan, existe una ruptura radical -una Spaltung- entre el Sujeto y el Yo, que el yo es la imagen narcisista en la que se identifica el sujeto. Esta confusión a la que aludimos se manifiesta en varios puntos. En primer lugar podemos ubicarlo en el concepto de Lo Impensado, al cual ya hemos hecho referencia al comentar Las Palabras Y Las Cosas. Lo Impensado manifiesta Foucault es toda una serie de imposibilidades de pensamiento determinadas por una episteme y que, tras la aparición de una nueva episteme aparecen como posibilidades de pensamiento; de este modo, en la época clásica el Hombre no podía ser pensado, en tanto se manifiesta como elemento eje de la episteme moderna. Ello plantearía una variabilidad más o menos infinita de posibilidades de pensamiento, los llamados Juegos De Verdad, que podrían acceder dependiendo de las variaciones epistémicas; esto implicaría por ende la posibilidad de abrir una serie infinita de posibilidades subjetivas. De hecho, el mismo Foucault señala esta posibilidad en El Sujeto Y El Poder , al decir que es nuestra labor deshacernos de la forma de subjetividad que Occidente nos ha impuesto y construir una nueva.

Cuando Foucault nos habla de subjetividad se refiere a las formas en que el sujeto se toma por objeto de su propio pensamiento, ésta es la base del problema. La subjetividad entendida de este modo, implica de manera necesaria una apelación a la conciencia. No pretendo negar que esto ocurra, sino señalar que esta apelación, indirecta pero radical, a un sujeto que se define como una conciencia, no es el sujeto del Psicoanálisis sino el Yo.

Así, las prácticas terapéuticas de la psicología, incluso de muchas psicologías que se llaman a sí mismas psicoanalíticas, se encuentran en este terreno, la apelación a una conciencia que estaría por encima a modo de un observador del sujeto. Un sujeto que se constituiría por medio de un proceso de autodescripción, de autoobservación, por un proceso de develamiento del secreto de su propio ser, que manifiesta Foucault, se encontraría en la sexualidad.
Para los que compartimos la lectura de Lacan, este concepto de subjetividad no es posible de sostener en relación con la práctica analítica; por el contrario tratamos de dirigir la cura en función del reconocimiento del Deseo, postura que de entrada reconocemos como imposible, pues el Deseo se fundamenta sobre el nódulo radical de la dimensión del Goce, ese Objeto ôaö que escapa a toda representatividad y que desde Freud parece articularse sobre la dimensión del Das Ding freudiano.

Si esta subjetividad propuesta por Foucault es la subjetividad del Yo, encontramos aquí el problema. El psicoanálisis, tal como se define en Las Palabras Y Las Cosas, no puede ser en cuanto a la figura del hombre una tecnología del Yo, sino que necesariamente ha de marcar su ruptura, para situar en lugar del Hombre el problema del Sujeto. En cambio, si la subjetividad es una subjetividad de la conciencia, en donde el sujeto «de modo libre y consciente se hace objeto de sus propios actos», se está en la dimensión del gnoti seauton, del «conócete a ti mismo» délfico, posteriormente transformado en un cura sei «cultivo de sí». Este evento remarca la crítica de Dandismo hecha en más de una ocasión a esta postura foucaultiana en su postulación de la vida como obra de arte, postulación que parte de un sujeto que se conozca a sí mismo y a partir de ahí se dé una regla ética.

Para Foucault el psicoanálisis se encuentra pues en el papel de una Tecnología del Yo al postular la posibilidad de un conocimiento del sujeto cuyo secreto se encontraría en su sexualidad, pero este conocimiento que el psicoanálisis ofreciera sería el objeto determinado por una práctica confesional dedicada a la producción de cuerpos dóciles y sutiles. Si el trabajo de Freud parte indudablemente de un principio quizá análogo a lo postulado por Foucault, el «hacer consciente lo inconsciente» de los Estudios Sobre la Histeria, es menester recordar que no se agota en este modelo, y el carácter, cada vez más alejado de una Verdad como eje rector de la experiencia analítica, que se deja ver en su obra. Bien pronto abandona Freud su teoría de la seducción para sustituirla por la teoría de la realidad psíquica, y cada vez gana mayor importancia el elemento de la fantasía y la construcción como herramienta del proceso analítico. El peso de la ficción como modelo de construcción de la realidad. De ello que no se busque una verdad oculta, hecho por demás imposible y de cuya tentación es preciso salvarse, sino que se proponga la construcción de una ficción que haga las veces de verdad, reconociendo la imposibilidad de fundar ésta.

Por otra parte, la apelación de Freud a la sexualidad, independientemente del lugar histórico en que ocurre, no tiene el carácter de una mera posibilidad de construcción subjetiva, pues sobrepasa una extensión que podría reducirse a una narrativa de las prácticas, para situarse como elemento fúndante del sujeto, de un sujeto que no es conciencia y que no es Yo, sino de un sujeto cuya misma existencia se ancla en la existencia del lenguaje, de lo simbólico que lo atraviesa ($) y ahí la sexualidad es el elemento clave.
Este es el problema a que se enfrenta Foucault al postular al psicoanálisis como una Scientia Sexualis, y a la posibilidad de una Verdad sobre la sexualidad; problema que como hemos visto le obliga a un recurrir a fuentes cada vez más antiguas. Freud busca el origen de un mito, el mito de la sexualidad, del mismo modo que podríamos buscar el corazón de la cebolla. Al hacerlo tropieza con una dimensión inagotable que se le escapa. Y se le escapa pues es la dimensión organizadora de lo simbólico, de ese lenguaje que habla. Aparecerá aquí claramente, en Lacan, el juego que pone en el terreno del Hombre la pregunta lanzada por Nietzsche: ¿Quien habla? y la respuesta de Mallarmé: “el lenguaje mismo” (PC ).

Pregunta que se hizo posible en este momento tan específico del siglo XIX en que el lenguaje apareció separado del dominio de la representación que le definía en la época clásica. Por eso el papel paradójico y maravilloso de la histérica, al hacer de su cuerpo un cuerpo que habla, el lugar donde se da la aparición cruda del lenguaje.

Ese lugar del ser puro del lenguaje es el Deseo. Esto nos permite criticar a su vez la crítica que Foucault hace de la hermenéutica freudiana en el primer momento de este análisis. ¿Cómo habría de darse experiencia alguna de lo humano al margen del lenguaje? ¿Cómo podría darse una experiencia humana que no pasara por la articulación en el ternario RSI? ¿Cómo habría humanidad sin lenguaje?

Ley y trasgresión

Un elemento clave, para entender la importancia del Lenguaje será su ubicación al interior del trabajo desarrollado por Michel Foucault fundamentalmente en el primer volumen de su Historia de la Sexualidad . Un prejuicio nos hace creer -dice Foucault- que el siglo veinte ha venido a demoler una vieja represión que recaía sobre la sexualidad; la llamada hipótesis represiva del poder, que ha generado una amplia serie de discursos de liberación, y dentro de la cual se incluyen algunos discursos de inspiración psicoanalítica como -por ejemplo- los de Erich Fromm o los de Wilhem Reich. Sin embargo, la relación no es tan simple. De hecho, nos dirá Foucault, la transgresión y la ley no están relacionadas por un límite como lo blanco y lo negro, lo prohibido y lo permitido, lo interior y lo exterior; sino que se trata de una relación de codependencia. Un arreglo similar a una banda de Moébius. Un espacio en que las superficies se integran una a otra en su separación. No se trataría pues de liberar al deseo de las cadenas de una ley que lo mantendría atado, sino de reconocerlo en un espacio de complementareidad.

Si bien la transgresión ha aparecido como un ejercicio ético en oposición a un poder, Foucault nos señala que es necesario romper esta idea para así poder reconocer la relación de complementareidad que une ambos términos. El concepto de transgresión tiene un origen en el siglo XVIII, y éste es el paso de la noción de necesidad a la noción de deseo como constituyente de lo humano; noción en la cual la sexualidad adquiere un valor fúndante. Movimiento o giro que igualmente implica el fin de la antropología filosófica.

Esta lectura nos lleva a los fundamentos del discurso lacaniano. Ley y Deseo no como opuestos, sino como correlatos indisociables entre sí. El Deseo no existe a pesar de la Ley, ni en contra de la Ley sino porque existe la Ley. Esta es pues la lección de Freud, la lección del Psicoanálisis. No hay Verdad al margen del lenguaje no hay verdad del Deseo y por ende no hay verdad del Sujeto, sino que es un movimiento en perpetuo escape, en y la base que permite romper con la figura del Hombre y del Yo y abrir así paso a un momento postantropológico, el espacio del Sujeto. La posibilidad del Saber.

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