Sujeto y Psicoanálisis. Capitulo II

Capitulo II

La nueva episteme



Algo ocurrió en el siglo XVII que vino a representar un movimiento radical en el campo de los discursos y los saberes del mundo antiguo. Los movimientos interiores del pensamiento occidental abrieron el espacio a una nueva manera de pensar. De pronto, nos dice Foucault, se rompió la red invisible que unía las palabras y las cosas; de un momento a otro los hombres y el universo dejaron de estar unidos; se rompió el discurso de la semejanza que unía Macro cosmos y Microcosmos. Los signos ya no serían más la marca de las cosas; las historias no serían ya el producto de los designios, incógnitos pero cognoscibles -a través de los oráculos o la escritura oculta de las cosas. Hombre y cosmos estarán, a partir de ahora, separados irremisiblemente. De un momento a otro, cual el giro de un prestidigitador, surgió una nueva forma de pensar el mundo, una nueva episteme, en la cual palabras y cosas aparecen ahora separadas. De pronto se rompió la red invisible de la semejanza que unía el mundo. La semejanza dejó de ser la condición de la certeza para convertirse en la posibilidad del engaño. El signo de la semejanza no es ahora sino la posibilidad del error; y es especialmente en el pensamiento de Descartes, que surge un nuevo criterio. El rechazo de la semejanza y la posibilidad de hacer surgir así una nueva figura en su lugar: La Comparación de las cosas del mundo en sus dos formas: Medida y Orden.
Este es el terreno que nos muestra una arqueología del saber, la cual nos permite aprender los cambios en las formas de ordenar el mundo, la relación de las cosas con las palabras y de fondo la aparición de posibilidades y dominios discursivos nuevos, así como la creación de nuevos terrenos donde se desplegará el dominio de lo empírico. Este cambio atraviesa de cabo a rabo la época clásica y permite el surgimiento de uno de los temas que aquí nos anudan: La Representación. Este movimiento abrirá paso a nuevas posibilidades de estructuración y será el suelo de los discursos de la psicología que son el tema central de este trabajo.

Cogito ergo sum

“Mientras de tal modo rechazamos todo aquello de lo cual podemos tener la menor duda, e incluso imaginamos que es falso, fácilmente de hecho suponemos que no hay Dios, ni cielo, ni cuerpos y que nosotros mismos no tenemos manos, ni pies, ni cuerpo, en último término; pero no podemos suponer de la misma manera que no somos, en tanto que dudamos de la verdad de estas cosas; porque hay una repugnancia en concebir que lo que piensa no existe al mismo tiempo que piensa. Por consiguiente el conocimiento de que “pienso, luego existo”, es el primero y más importante de los principios ciertos que se me ocurren.”
El aforismo cartesiano sitúa como fundamento de la existencia al pensamiento; mas ¿Qué es este cógito cartesiano? ¿Qué nueva manera de pensar el mundo inauguró Descartes que repercute hasta nuestros días? ¿Cómo este giro del pensamiento occidental, ocurrido a mediados del siglo XVII, ha persistido como problematización?
Como es sabido, Descartes parte en su razonamiento de un proceso que se ha dado en llamar la duda metódica; es decir, no se trata de un escepticismo radical sino de un escepticismo metodológico. Las condiciones de posibilidad del pensamiento, para él, no se afirman en la certeza sino en la duda misma. Así se pregunta si es posible y coherente creer en lo que nos dictan los sentidos. La respuesta, ya la sabemos: No. Puesto que si mis sentidos me han engañado en otras ocasiones en las que he creído ver, he creído oír, o incluso he creído tocar innumerables cosas, pronto he comprobado -por ejemplo en el caso de los sueños- que las cosas que veía, las personas con quienes hablaba, incluso las sensaciones que recorrían mi cuerpo no eran sino meras ilusiones. Descartes se pregunta después, si me es dable creer entonces en mi cuerpo, mis manos, mi cabeza... es decir ese cuerpo que me constituye. La respuesta también es un no contundente; puesto que podría existir un demonio maligno que me engañase y me hiciese creer que tengo manos, cuerpo, cabeza, pies, etc. Sin embargo, y este es el planteamiento central del pensamiento cartesiano. Si este demonio me engaña, tiene que engañar a alguien. Puede ser que no tenga manos, tampoco cuerpo ni pies ni nada; puede ser igualmente que las personas que creo ver, los dolores y placeres que creo sentir, las flores y perfumes que me embriagan con su aroma y las texturas que me parece tocar no sean más que meras ficciones o engaños urdidos por esta inteligencia maligna; pero he aquí la clave: si me es permitido dudar de todo, evidentemente tengo que ser alguien: aquel que duda. Mi identidad se afirma en el pensamiento. Puedo no ser más que mero pensamiento, y que toda mi esencia se reduzca al pensamiento; pero aún así soy, mi existencia y mi ser tienen su garantía en mi propio pensamiento.

Cogito: Ego sum

“Ego sum” Yo soy. Si Descartes es, ¿qué es lo que es? ¿Es acaso ese pensamiento? ¿O bien, es él, René Descartes, el que piensa que existe y en esa medida existe? Esta “o” del piens(o) nos causa problemas. ¿Quién o qué piensa ahí?  
“Por la palabra pensar entiendo todo aquello de lo que somos conscientes como operante en nosotros”
“Yo soy, yo existo pero ¿cuántas veces? Solamente cuando pienso; porque podría ocurrir que si yo cesase enteramente de pensar, cesase igualmente por completo de existir”
“Con solo que yo dejase de pensar, aun cuando todas las restantes cosas que antes hubiera imaginado hubiesen existido realmente, no tendría razón alguna para pensar que yo hubiese existido”
Si bien el “pienso, luego existo” está construido a modo de un silogismo no se trata aquí de un argumento silogístico, no es pues una inferencia a partir de premisas; sino por el contrario, se trata de un autorreconocimiento en cuanto pensamiento que se piensa a sí mismo. Una cosa que es conocida por sí misma. El pensar es pues un autoconocerse, un conocer de sí. En este sentido quien piensa y por consiguiente quien es, es una conciencia, que podríamos leer como aquello que se conoce a sí mismo.
El “pienso, luego existo” es en realidad, y explícitamente en Descartes un “yo pienso, luego yo  soy”.

“... Mientras yo quería pensar así que todo era falso, era preciso que yo, que lo pensaba, fuera algo. Y advirtiendo que esta verdad: yo pienso, luego yo soy, era tan firme y segura que no podían conmoverla todas las más extravagantes suposiciones de los escépticos, juzgué que podría admitirla como primer principio de la filosofía que yo buscaba.”

Todo podría ser falso; pero las experiencias que del mundo tengo, son tales en la medida en que son procesos de los cuales conozco; de los cuales sé. En resumen: son procesos de los que soy consciente. A partir de la pregunta por lo dudoso del cuerpo (pues pudiera existir este demonio engañador) el Yo del “yo pienso” se sostiene independientemente de esa corporalidad. Se construye así para Occidente, en estas apretadas líneas, en esos cuestionamientos u objeciones, y en las respuestas que a ellas da Descartes; un sujeto que piensa. Un sujeto que es conciencia; un sujeto que es un Yo.
Este Sujeto/Yo deviene así en ese espacio de la interioridad desde el cual se reconstruirá la exterioridad del mundo y desde donde se ordenarán las cosas y los seres. El Sujeto permite escindir el mundo en una interioridad de los pensamientos y las sensaciones y una exterioridad de las cosas del mundo. De algún modo, el siglo XVII inventó una nueva construcción epistemológica a la cual Rorty ha llamado la esencia de vidrio y el ojo de la mente. El Sujeto/conciencia se ha convertido así, para el siglo XVII y la época clásica, en ese garante que el pensamiento antiguo ubicaba en Dios o en la Idea en tanto universal. El sujeto es así la vara con la cual se mide el mundo. Pensamiento, conciencia, Voluntad y Sujeto/Yo se desplegarán así y desde este momento, en una unidad que, apenas hoy -trescientos años después- empieza a resquebrajarse.

Representar

Gran parte de este movimiento que sacude a Europa en el siglo XVII, el surgimiento de esta nueva episteme a la que alude Foucault, no nos muestra sino la aparición de una nueva relación entre las palabras y las cosas. El pensamiento escolástico, como ya hemos visto, establecía que el pensamiento era una cualidad de lo real, un modo de ser de la cosa en la mente de los hombres, manteniendo el garante de lo universal en que este ser de la cosa se sostenía. Por el contrario, el pensamiento cartesiano opera aquí una suerte de inversión. En un mismo movimiento ocurre una separación en dos niveles del mundo: las palabras y las cosas. Lo que anteriormente no era sino una signatura universalis se convierte así en dos reinos separados. En un momento del siglo XVII, aquella unión se desintegra; y al hacerlo se da forma a dos universos paralelos. Un mundo interior y un mundo exterior; lo representable y la representación, un Inwelt y un Umwelt.
Mientras para el pensamiento antiguo las sensaciones que el mundo producía en el alma sensible eran tan sólo modos de ser de las cosas en mi mente; con Descartes la sensación pasa a ser una forma de pensamiento. Es sin embargo éste un giro curioso. El pensamiento que era puesto en mí sostenía su certeza en los universales; el pensamiento como lo que ocurre en mí -para Descartes- obtiene su certeza en un Dios bueno, un Dios, que al igual que el demonio maligno, podría engañarme pero que no lo hace. Sin embargo he aquí los dos momentos que nos interesan: lo absolutamente cierto, es decir que existo en cuanto pienso “cógito ergo sum”, y lo dudoso, aquello de lo que nunca podré estar seguro, lo que siempre es susceptible de no ser si no el engaño de un caprichoso demonio. He aquí que vemos recorrer al pensamiento clásico dos caminos paralelos. Por un lado el orden de las empiricidades que se despliega en el mundo y por el otro, un otro orden del mundo que se despliega al interior de mis pensamientos, en la forma de estas imágenes que aparecen ante mí cuando pienso; en la noción lockiana de Idea. Mas como señalábamos, es bien sabido que todo paralelismo sólo se sostiene en la imposibilidad de la intersección, en lo que nunca se ha de cruzar. En la imposibilidad de recurrir nuevamente a ese discurso que diera cuenta de las relaciones entre las cosas -la episteme de la semejanza- pues ésta ya ha caído, no es ahora sino la posibilidad del error.  
Mas ¿qué son estos dos órdenes? (Las cosas del mundo y su representación). Si no el momento de la separación de lo que antes estaba unido. No es gratuito este movimiento, sino que, por debajo de lo aparente, implica la aparición de una figura, un personaje novedoso que haga el corte. Esta figura no es aún el Hombre como empiricidad sino el Sujeto/Yo/conciencia; que no es cualquier sujeto, sino el sujeto cartesiano; el que aparece en el siglo XVII, antes que nada como un lugar, el lugar donde se da la posibilidad de toda representación; el lugar donde se manifiestan los pensamientos, esta cosa que conoce (res cogitans) y desde donde se recompone el mundo de las cosas (res extensa), postulado éste que alcanzará sumáxima expresión un siglo después en la filosofía de Kant.

Res Cogitans

El pensamiento de Descartes y la época clásica dividen el mundo en dos terrenos. Las cosas del mundo (Res extensa) y su contraparte, la cosa que piensa (Res cogitans). Si soy (es decir si existo), soy una cosa que piensa. “Sum res cogitans”. Un ser cuya esencia es el pensar. Mas podríamos aquí preguntar ¿qué es para Descartes -y con él para la época clásica- el pensar? El res, la sustancia es entendida aquí en una tradición escolástica; es una sustancia que piensa, una sustanciapensante, es decir una sustancia concreta, no una abstracción. Sustancia que en los Principios de Filosofía definirá como “aquello que existe sin que necesite de otra cosa para existir.” Sin embargo, aquí cabría una pregunta que ya le plantean sus contemporáneos. ¿Qué es pues esta cosa que piensa y cómo definirla? Bien claro es, por un lado, que la separación cartesiana, entre la res extensa y la res cogitans nos indica que mente y cuerpo no son la misma cosa. Así procede el argumento desarrollado en la cuarta parte del Discurso del Método y en la segunda meditación.
Pero ¿Qué son estas cosas que están en la mente cuando se piensa? Y ¿Qué son estas otras que llamamos voluntad, sentimientos y sensaciones? La respuesta cartesiana, como lo señala en varias de sus respuesta a las objeciones, es que las sensaciones, los sentimientos, y lo que llamamos la voluntad no son sino “modi cogitandi”, es decir formas del pensar. Únicamente pensamientos. Aquí se enlaza, a nuestro entender, el punto esencial del pensamiento cartesiano, lo que será para la época clásica el fundamento de la subjetividad. El pensamiento es todo aquello que ocurre en nosotros, de modo que somos conscientes de ello. Pensar y ser consciente de que se piensa no es sino una y la misma cosa. La conciencia es la base del ser pensante. Por ello para Descartes toda sensación, todo pensamiento y emoción, toda actividad de la “res cogitans”, es decir su modo de ser es necesariamente la conciencia.
Con esta visión del mundo cortado en dos niveles, una interioridad que será la Mente (res cogitans) y una exterioridad o mundo físico (res extensa), surgirá una nueva manera de definir el campo de los saberes. Ya no se tratará más de una erudición y una divinatio que permitan leer las marcas del mundo para rescatar el imperio de la semejanza detrás de las aparentes diferencias. Ya no se trata más de leer en las empiricidades las claves ocultas que unen Macrocosmos y Microcosmos.
Ahora, el saber -la ciencia- será representar el mundo de una manera precisa y coherente, establecer el orden de las cosas del mundo en una cadena continua. Por ello, nos dice Foucault, el terreno de las empiricidades aparece recorrido por las dos formas del orden: mathesis y taxinomia; discurso y profusión que llevan a plantear las posibilidades de un análisis de las riquezas, una historia natural y una gramática general.

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