Sujeto y Psicoanálisis Capitulo IV.
Capítulo IV
Los límites del discurso
El nuevo orden
El pensamiento
clásico define en Kant sus límites. Por un lado un Sujeto/yo trascendental, por
otro el mundo de las empiricidades. Todo el universo de la exterioridad se
acomoda y adquiere su posibilidad de existencia sobre la red y la trama que el
orden y la mathesis le establecen; los espacios de una cuadrícula en la cual se
acomodan los seres (historia natural), los bienes (análisis de la riquezas), y las
palabras (gramática general). El hombre como empiricidad, aquello que Foucault
establece en la época moderna como punto de unión de las nuevas empiricidades
Trabajo, Vida, Lenguaje, no aparece aún en Occidente, sino con el derrumbe de
este pensamiento. Bien sabido es que el discurso clásico quedará roto, cual
anteriormente también se dislocara el discurso del pensamiento antiguo para
darle paso. A fines del siglo XVIII cambia la forma en que se da la relación
del pensamiento con el mundo; en tanto esta relación se sustentaba en la
capacidad y en las posibilidades de la representación. En este terreno y del
mismo modo, se verá trastrocado aquello que hemos llamado el discurso sobre la
subjetividad. Aparecerán así nuevas posibilidades discursivas y será posible
hacer nuevas preguntas. A partir de ese momento, en ese salto que se produce
entre el siglo XVIII y el siglo XIX; en aquel espacio en el cual nos identificamos
nosotros mismos; en ese nuevo terreno en donde se acomoda la episteme
occidental, ha de producirse un nuevo lugar para los saberes por un lado; y por
el otro, un nuevo lugar para el sujeto. Este lugar es el Hombre.
El Hombre es
producto de un nuevo ordenamiento del discurso, de una nueva acomodación que
define nuevas posibilidades de existencia en el discurso. Así, en torno a los
tres órdenes elegidos por el análisis de Foucault, aparecerán tres nuevos
elementos que habrán de actuar como base de este nuevo orden. El trabajo, con
Adam Smith, se convierte en una nueva posibilidad en el terreno del análisis de
las riquezas; es aquello que rebasa el límite de su posibilidad. Hay ahí, antes
de cualquier cosa, antes que los bienes de la tierra y de las minas, antes que
el oro y las monedas; un ser que trabaja y que produce. Un ser definido y
temporal. Un ser que se aliena en su producto, en algo que se le escapa. El
trabajo apunta así a los límites del ese ser y al hacerlo, abre paso al
discurso moderno de la economía política.
Por el lado de la historia natural ya se han
agotado las posibilidades ordenatorias del carácter, este elemento con base en
el cual se ordenaba la serie completa de similitudes y diferencias, ora era el
tamaño de las hojas, ora la disposición de los pétalos, ora la similitud
existente entre todos los seres voladores: insectos, aves, ardillas voladoras-
y surgirá un nuevo principio ordenador de las empiricidades. Ya no es más lo
visible -ese elemento tan privilegiado por el pensamiento clásico- lo que
determinará el lugar de los seres en la cuadrícula del orden natural. Ahora el
lugar de este nuevo saber es algo invisible, algo que no salta ante nuestros
ojos. Surge así -con Cuvier- la organización como elemento estructurante de
esta nueva empiricidad que es la vida; ahora el mundo de las cosas se divide en
dos terrenos, lo orgánico y lo inorgánico; estableciéndose así la posibilidad
de plantear una ciencia de la vida; una biología. Algo análogo se ha de mostrar
en el discurso referente a las palabras. Aquello que en la época clásica se
definió en torno a las posibilidades de una gramática general; en la cual el
acento se ponía en la capacidad de significación, la que a su vez partía de una
designación inicial a la cual se seguía por todos los laberintos de las hablas
humanas. En este nuevo terreno, la mirada se dirigirá hacia otros lugares,
hacia lo gramatical puro, aquello que rebasa los límites de la representación.
Este nuevo terreno será la fonética; y a partir de este punto se planteará la
posibilidad de una ciencia del lenguaje: la lingüstica. En todos estos
movimientos se observa lo mismo: la imposibilidad de la representación para
fundar a partir de sí misma aquellos lazos que permitan unir en un solo
discurso los diversos elementos del mundo. Esta posibilidad se encuentra ahora
más allá de los límites de la representación.
En el terreno
arqueológico que tratamos de establecer, a partir de un análisis de los
discursos de la psicología, no es sino hasta este momento, en ese movimiento
que hace aparecer esta figura duplicadas del Hombre, este espacio de una
exterioridad del sujeto en la cual el Hombre se reconoce; que podemos hablar propiamente
de una psicología como un discurso que habla, opina y prescribe sobre el
espacio interior de las mentes de los hombres. Este nuevo espacio es el espacio
de la conciencia y es en la escuela alemana, Gall, Bain y posteriormente en la
denominada psicología del acto, en donde encontraremos las manifestaciones de
esta duplicación empírico-trascendental.
Los dos caminos
El pensamiento
clásico, en su límite, se agota en dos posibilidades; en dos caminos que se
abren al mundo luego del agotamiento de la representación como fundamento de la
disposición y posibilidad del conocimiento de las empiricidades.
El postular un
sujeto, una conciencia trascendental y una razón pura permite abrir al
pensamiento dos universos y manifestar claramente los límites de esta
posibilidad: la exterioridad y la interioridad; sujeto y objeto. Por un lado,
la posibilidad de que se dé la representación pone de manifiesto la existencia
de un sujeto trascendental que determina los fundamentos y posibilidades de
toda experiencia -las categorías a priori kantianas. Es este ser que representa,
el que ordena el mundo. Por otro lado, en esa exterioridad, este mismo ser que
representa al mundo aparece representado; duplicado en una exterioridad. Descubre
así que es él mismo, y no otra cosa, el único posible fundamento de toda representación.
Es una imagen que vuelve. Es en la reflexión, que la experiencia recorta y
separa mundo y sujeto; y es también en ella, que el sujeto se encuentra a sí
mismo, duplicado, recortado y representado en el mundo. El nóumeno, dice Kant,
es incognoscible. No puede tenerse experiencia fuera de las categorías
fundamentales de la razón pura; fuera de estos elementos a priori que sirven de
fundamento a toda experiencia posible. Aquí se adivina ya el otro de los
caminos posibles, una Metafísica Trascendental. El fundamento de las experiencias
positivas aparece aquí; la incognoscibilidad y la irrepresentabilidad son las
características fundamentales de lo nouménico. Vemos así desplegarse dos terrenos:
Ciencia y Metafísica; que no son sino las dos posibilidades a las que lleva el
agotamiento del modelo clásico y que constituyen el pensamiento contemporáneo.
El ser del hombre
En el centro de
este movimiento aparece la figura del hombre, lugar de toda posibilidad de la
experiencia y límite último de la trascendentalidad. La subjetividad adquiere
así, en la época moderna, un nuevo rostro. El Hombre está aquí a sus anchas
pues, de hecho, es el único lugar en donde es posible el nacimiento de esta
empiricidad nueva. El fin del pensamiento clásico ha impuesto una duplicidad,
el Hombre será ahora sujeto de las experiencias y al mismo tiempo aparecerá
como objeto de las mismas, el Hombre es ahora aquello que conoce y que al mismo
tiempo, merced a este movimiento de duplicación, puede ser conocido.
¿Cómo surge el
Hombre en este lugar? ¿Qué elementos llevaron a que esta figura ocupara dicho
lugar? ¿Qué diferencias hay entre este sujeto/hombre del pensamiento moderno y
el sujeto del pensamiento clásico? ¿Que movimientos abre al problema de la
subjetividad la aparición de los discursos llamados humanistas? A nuestro ver
son varios los elementos que permiten este movimiento.
- La aparición de la historicidad como discurso de posibilidad subjetiva.
- La aparición del discurso de las diferencias entre los hombres y como contraparte la aparición del discurso de la igualdad humana. Es en este terreno desde donde es posible plantear los modernos problemas sobre las personalidades, campo fértil para los psicologismos.
- El paso de un saber que se establece sobre entidades generalizables y universalmente definidas (método científico positivista) y su contraparte que se establece como un saber sobre lo específico y lo individual como distinto de la entidad genérica en que se incluye (método clínico)
La intersección de
estos elementos, lleva a una concepción sobre el sujeto radicalmente distinta.
No se tratará ya más de discursos sobre un sujeto trascendental, como lo fuera
en la época clásica. Sobre ese sujeto podríamos decir que todo está dicho.
Ahora se trata de hablar sobre sujetos particulares, sobre personas concretas.
En suma, sobre todo aquello que llamamos los individuos y las personas, sobre
todos y cada uno de nosotros.
He aquí el
privilegio de la diferencia sobre el anterior discurso que privilegiaba la
similitud. No se trata de determinar un sujeto ni un discurso que englobe a
todas las personas; un discurso que de cuenta de todos los hombres y en el cual
la similitud -este carácter privilegiado- actúe como sustento o armazón. En los
discursos clásicos se habla del sujeto como una generalidad y una abstracción. En
los discursos modernos se habla ya de hombres y seres particulares sobre los cuales
se hará caer todo el peso de una cientificidad en ciernes.
Se da un doble
movimiento que marca el fin de la episteme clásica. Por un lado se pasa de un
yo, entendiendo tal como un sujeto trascendental a un yo constituido como
privilegio de la individualidad. Es aquí donde surge toda posibilidad de
aquellos discursos que modernamente conocemos como psicologías, poco importa
que el término haya sido usado con anterioridad -ya aparece en Wolff o en Juan
Luis Vives. El análisis arqueológico muestra el lugar y el movimiento que hacen
posible las psicologías modernas (o al menos gran parte de ellas) a partir de
la duplicación trascendental del hombre como sujeto y objeto del conocimiento.
Esta duplicación
del sujeto, se da al interior de un espacio y probablemente se encuentra
claramente manifiesta en la disputa que en dicha época se da entre las llamadas
psicologías del acto (Brentano, Lipps, Cornelius) en oposición a las psicologías
del contenido (Ebbinghaus, Mach, Avenarius y Kulpe). El modelo psicológico de
la época clásica prescribía -lo hemos señalado- el estudio de lo que ocurría al
interior de la mente -en el cerebro-, en relación con aquello que se producía
en la exterioridad, era una física del sentido exterior como diría Canguilhem.
En la psicología del contenido se reunían cinco características importantes:
- Se trataba de una psicología introspectiva cuyo tema de estudio era la conciencia
- Se trataba de una psicología sensacionista pues era a partir del estudio de los fenómenos de la sensación que era factible estudiar los contenidos de la conciencia.
- Se trataba también de una psicología elementalista pues consideraba que existía una base común para toda sensación la “química mental”, es decir la mezcla de los elementos que daban forma a la sensación.
- Era una psicología asociacionista pues establecía a la asociación como el mecanismo de formación de los contenidos compuestos de la conciencia.
Sin embargo, como bien podemos ver, el suelo epistemológico de esta psicología científica de mediados del siglo XIX consiste tan sólo en un perfeccionamiento de la psicología fisiologista de la sensación que ha impregnado la época clásica. El terreno de su construcción es el mismo. Hay mejores técnicas, se reconoce que hay impulsos nerviosos de naturaleza eléctrica, se reconoce al cerebro como el órgano donde se encuentra esta mente incluso se llevan a cabo enormes mediciones (Fechner) o incluso análisis experimentales (el laboratorio introspectivo de Wundt). No hay en ello ninguna novedad.
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