Sujeto y Psicoanálisis capitulo V.
Capítulo V
La máscara
Hombre y cuerpo
Hasta mediados del
siglo XVIII, en aquello que conocemos como época clásica, el terreno de las
psicologías, aún no emancipado de la filosofía, había hecho suyo, y tomado como
punto primordial de sus discursos, el problema de las posibilidades y las
formas de la percepción. En cuanto tal, las posibilidades discursivas aquí manifiestas
representaban la relación de este espacio interior del sujeto con otro espacio,
aquel de la exterioridad: el mundo. La sensación y el estudio de los órganos;
en especial aquellos responsables de los sentidos y de los movimientos, ocupan
el marco del cuestionamiento occidental en este nuevo saber que serían los discursos
de la percepción. Se trata grosso modo de una estética trascendental en la que
la alegoría del hombre-máquina establece aquí sus dominios. El estudio de los
nervios, las mediciones de la sensación, la transmisión del impulso nervioso, los
asombros que creara la llamada ecuación personal. Todos ellos saturan el
espacio de la empiricidad sobre las personas. Ora tenemos aquí las teorías
eléctricas: el descubrimiento de Bell y Magendie sobre los distintos tipos de nervios
-por un lado aquellos que transmiten el impulso nervioso del órgano al cerebro
y por otro aquellos que lo llevan del cerebro al músculo-, ora la psicofisiología
de Fechner que establecerá su infinita serie de mediciones en tornos a los
umbrales de la sensación y la velocidad del impulso nervioso. La multiplicidad
de los discursos permite, en este momento del pensamiento occidental,
entrelazar dos reinos. Por un lado las especulaciones de lo filósofos sobre la
relación mente/cuerpo al interior del cuadrángulo sobre el cual se establecerán
las posibilidades empíricas (monismo/dualismo, sujeto/objeto). Por otro, los anatomistas
y estudiosos del cuerpo humano fascinados por la máquina perfecta; este reloj
maravilloso que tienen entre sus manos. Ambos discursos no tardarían mucho tiempo
en encontrarse, era preciso y casi podríamos decir que necesario, pues se
trataba del fruto recién madurado de la experiencia occidental. Los siglos XVII
y XVIII descubren para Occidente una nueva manera de hablar acerca del cuerpo
humano. Ese paso que nos lleva, en el espacio de las enfermedades, de hablar de
una serie específica de enfermedades a la aparición de una clínica.
En el terreno de la
subjetividad y la arqueología de los discursos psicológicos, el cual podemos
definir como nuestro problema principal, la aparición de esta nueva
corporalidad y los nuevos discursos médicos en que se agota la época clásica,
servirán de fundamento en esta época moderna a una nueva posibilidad
discursiva, aparecerán nuevos discursos y saberes, nuevas maneras de aparición
de lo humano y con ellas nuevas prescripciones y políticas. Resalta aquí - entre
todas ellas- aquella que permite pensar a la subjetividad tanto como una intrasubjetividad
y como una intersubjetividad; aquellas preguntas por la personalidad y por las
personalidades de los otros. El discurso de las normalidades y anormalidades
del comportamiento; en resumen, el nacimiento de este espacio interior a partir
del cual se conformará en Occidente una figura nueva, ajena para el discurso
del pensamiento antiguo y para el discurso de la época clásica. Figura privilegiada
y a la cual ya nos hemos referido, que se definirá como el lugar de entrecruzamiento
de distintas empiricidades: el Hombre. Esta empiricidad nueva, este terreno de
nuevos discursos era primeramente el espacio del cuerpo humano. La época
clásica había sido un terreno fértil en descubrimientos que, poco a poco,
habían ido conformando la idea del homo ex machina. Pero Occidente aún no había
creado la figura del Hombre. Se hablaba de sensaciones, de transmisiones
nerviosas, del espacio cartesiano de la historia natural en el cual se
acomodarían los seres. Se hacía la disección perfecta y precisa de cada órgano,
cada engranaje de la máquina humana se conocía en sus más recónditas
apariencias. Sin embargo, no había aún nada de lo que podríamos llamar el
Hombre. Este discurso no había surgido todavía. Debería primero agotarse el
espacio de los discursos sobre el cuerpo. Deberían surgir aún las preguntas por
los comportamientos, por las peculiaridades de los actuares, por las emociones,
por las pasiones... El lugar de esas preguntas, en quien ubicamos este giro, y
quien crea el lugar desde donde se podrá interrogar sobre esta nueva empiricidad,
lo veremos más adelante, es Gall.
Las diferencias
El discurso en que
se ubica el campo del sujeto ha agotado sus límites con Kant. Sin embargo; y
este es un elemento fundamental del pensamiento moderno, ha de producirse un
cambio que abrirá el paso a un nuevo tipo de empiricidad. Ya no se hablará más
de este sujeto trascendental -dicho discurso habrá quedado heredado a la
metafísica. Ahora el problema del sujeto se ubicará en las preguntas sobre estos
sujetos empíricos que ha provocado la reflexión y duplicación del sujeto trascendental
como sujeto de una experiencia concreta. Aparecen aquí los hombres y las
personas. Seres de carne y hueso que viven, trabajan y hablan. Las empiricidades
se rehacen. Es esta posibilidad, que hace aparecer seres concretos y
determinados, la que se agita en los cimientos de la época moderna, y la que
abre nuevas posibilidades a los discursos y los saberes. En este terreno, se
observa el predominio de una nueva forma de cuestionamiento. Si en la época
clásica el fundamento del sujeto se daba en aquellas capacidades que establecían
la representación y los a priori de la razón pura que, a su vez, sirven de base
a toda experiencia posible. Ahora, en la época moderna, el discurso buscará no
lo común a todos los hombres y aquello que hizo posible al sujeto trascendental
de la época clásica; sino aquello que hará posibles a los hombres en cuanto
individuos, en cuanto entidades distintas y en cuanto seres particulares: La
personalidad. El discurso moderno abre así, en el terreno de la diferencia, la
posibilidad de nuevas preguntas. Aquí encuentran su lugar y su posibilidad
empírica todos los discursos psicologistas sobre la personalidad que nos son
contemporáneos. ¿Qué me diferencia de tal hombre? ¿Por qué éste es amable y
delicado y aquel otro hosco e irritable? La diferencia se yergue como el
elemento fundamental que posibilita este discurso, del mismo modo que la
sensación se alzaba como garantía del discurso percepcionista de la época
clásica, ya que para entonces las diferencias en la percepción y en la
sensación no eran sino fallas en la disposición interna del hombre/máquina y
como tales se les consideraba. Para la época moderna, en cambio, las
diferencias son las condiciones que hacen posible y en donde se materializa el
discurso de las individualidades y de los hombres concretos. Desde otro lugar,
la diferencia se establecerá, no sobre esos elementos que relacionan al hombre
con la exterioridad (percepciones) aquí el límite aparece en el problema de la
ecuación personal; por el contrario, la diferencia aparecerá -repetimos- no en
relación con la exterioridad, sino en relación con ese espacio interior que se
ha producido merced a la duplicación trascendental del sujeto. Ese movimiento
que se da a fines del siglo XVIII y que lleva a que el hombre se pregunte sobre
sí mismo como positividad.
Gall
Ahí donde el
discurso clásico habla sobre las personas como máquinas de funcionamientos
iguales, la época moderna nos hablará de lo disímbolo y lo diferente. Allí
donde la época clásica hablaba de sensación y funcionamiento interno, el
discurso moderno nos hablará de personalidad y sentimientos. Todo este giro y
este movimiento del discurso de Occidente tienen una figura: Joseph Gall.
El discurso de Gall
(1758-1828) recibe un nombre: craneometría le llama él, frenología es el nombre
con el que se le reconoce hoy en día. Es un discurso sobre la mente, aunque
aparece todavía ligado al discurso sobre el cerebro y, de hecho, recibe del
andamiaje de lo neural su sustentamiento. Sin embargo, es radicalmente novedoso
y cimbrador del discurso clásico. Todos hemos oído de las quimeras imaginadas
por Franz Joseph Gall y su discípulo Spurzheim; a menudo se les cita en los
cursos sobre psicología como el prototipo de la psicología supersticiosa de antaño,
comparándolo con la llamada psicología científica de hoy en día. No pretendemos
aquí rescatar ninguna presunta utilidad del método frenológico, sino mostrar el
andamiaje discursivo que lo hace posible y con ello mostrar la forma en que
este discurso -paradigmático acaso- muestra en Occidente la posibilidad de crear
el territorio de la moderna figura del hombre. El giro discursivo nos lleva así
del espació de aquel proceso que pone en relieve la relación de este lugar de
la percepción (mundo interno) con ese mundo de la exterioridad; a un nuevo
discurso, aquel que se refiere a las posibilidades, las peculiaridades y la
ubicación de esta interioridad. Ya no se trata de buscar las leyes generales
que determinen la percepción, la sensación y la formación de las ideas. Las
preguntas que aquí se establecen son otras: ¿Cómo es este ser individual que
percibe el mundo? ¿Cómo se relaciona con otros posibles seres? ¿Qué pasiones
inflaman su alma? ¿Qué me hace idéntico a él, de modo que todos somos humanos?
Y por contraparte ¿Qué me hace radicalmente distinto, de modo que todos seamos
personas? Es ahí, en ese lugar privilegiado por la medicina y la psicología de
la época clásica, el cerebro, de donde partirán las especulaciones de Gall.
Como a menudo se afirma, aunque poco importe, el punto original de estas
intuiciones fue la simple observación. Ora este hombre tiene una buena memoria
y esto coincide con sus ojos prominentes. Ora aquel otro es voluntarioso y
empecinado y destacan en él las abultadas gibas frontales. Poco a poco estas
ideas maduraron en la mente de Gall llegando a convertirse en un estudio más
amplio. Merced a ese movimiento que se ha llamado “el gran encierro”, este
movimiento cultural de Europa que llevó a llenar los ya vacíos leprosorios con
una nueva figura, el loco, Gall pudo estudiar a voluntad y gusto infinidad de
cabezas humanas. En 1810 aparece el primer tratado frenológico: Anatomie Et
Phisiologie Du Systéme Nerveux En Général, Et Du CerveauEn Particulier, Avec
Observartions Sur La Possibilité De Reconaître Plusieurs Dispositions
Intellectuelles Et Morales De L’homme Et Des Animaux Par La Configuration De
Leurs Têtes . En el mismo título surgen ya entidades nuevas y posibilidades de
nuevos discursos. La posibilidad de reconocer estas “características morales”;
¿No eran acaso éstas algo totalmente ajeno a la práctica médica y algo más
propio de filósofos y teólogos? La teoría de Gall ubica su atención sobre la
corteza cerebral, en ella parecen localizarse las características de la
personalidad. Una determinada área de la corteza crecerá notoriamente señalando
las disposiciones interiores del individuo, esta corteza cerebral
consecuentemente presionará sobre la cabeza, y el cráneo mostrará estas
particularidades. Se trata así de 37 poderes distintos correspondientes a 37
distintos órganos en la corteza cerebral (Fig. 1). Por un lado los poderes
afectivos y por otro los poderes intelectuales; a cada una de estas subdivisiones
correspondía a su vez otra subdivisión. Así, los poderes afectivos se dividen
en varias tendencias: destructividad, amatividad, filoprogenitividad, las que
se ubican en la parte baja y a los lados de la cabeza; los sentimientos, la prudencia,
la benevolencia y la esperanza se ubican en las partes posteriores y laterales
de la cabeza. Los poderes intelectuales se ubican fundamentalmente en la frente;
así tenemos los poderes perceptivos: tamaño, peso, color, tiempo y tono. En lugar
preminente, el centro de la frente, se encuentran los poderes reflexivos: comparación
y causalidad.
El pensamiento que
permitirá este giro de la episteme occidental implica la posibilidad de unir en
una sola pregunta el discurso sobre la corporalidad y relacionarlo con un nuevo
discurso sobre la personalidad. El Yo trascendental que se prefiguraba en el
espacio cartesiano -garantía del pensamiento- se transforma en este discurso en
un Yo individual. Lo trascendental se manifiesta en una multiplicidad de seres
que adquieren su sentido al interior de un discurso que ha de privilegiar la
individualidad. Se trata aquí de conocer al individuo, de conocer sus gustos,
sus ánimos y sus pasiones, los elementos que guían su voluntad; las señales
corporales -protuberancias y hundimientos craneanos-, que son la marca de este
espacio interior que se crea al conocimiento. La personalidad y sus problemas
hacen su aparición en el pensamiento moderno con el discurso de Gall. A partir
de la aparición del problema de la personalidad se entra ya en lo que Foucault
ha llamado la episteme moderna.
Del estudio de la
sensación se pasa, con Gall, al estudio de las voluntades y las pasiones. Lo
que aquí está en juego son las preguntas por aquello que me diferencia de los
otros, de estas máquinas humanas tan semejantes a mí. Se trata de un discurso
que sostendrá la individualidad ante el problema y los cuestionamientos, de
carácter universalista, del homo ex machina
de la época clásica.
Así, la noción de
personalidad se sostiene en las diferencias entre los hombres, pero al mismo
tiempo se ha producido un giro, existe ahora el hombre como empiricidad, hay a
partir de ahora un espacio interior -la mente y la personalidad- en donde los
hombres proclaman y sostienen su individualidad. La persona, la máscara griega
aparece en un terreno del pensamiento que la época moderna construye. La
psicología personológica, lo veremos más adelante, aparece en este lugar y en
este movimiento.
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