Sujeto y Psicoanálisis Capitulo VI.
Capítulo VI
La experiencia de la personalidad
El espacio interior
La mente, este
espacio interior que se ha producido en el paso de la época clásica a la época
moderna, es radicalmente novedoso. Ya no es el lugar en donde afirman su
identidad los elementos de la exterioridad que han de dar origen a la sensación
- como lo señalaba la psicología del contenido. Ahora, es esta misma
interioridad, el terreno donde se establecerán las diferencias, un objeto de
estudio. La interioridad de la conciencia individual se ha hecho positividad.
Aparecen así toda una nueva serie de elementos que definirán a este espacio
interior. Con la llamada psicología del acto, el espacio interior de la
conciencia aparece poblado por una serie de elementos difícilmente imaginables
desde la época clásica; vemos así aparecer, por ejemplo en la escuela de las
cualidades de la forma – Gestaltqualitaten – que establecerá, en relación con
la percepción, que estos elementos son más que la suma de los contenidos como
postulaba la psicología del contenido. Así, Messer ubicará así a la psicología
como trabajando en tres niveles. En uno primero trabaja con experiencias
intencionales (conocer, sentir y desear), en un segundo nivel hay experiencias
que aparecen ante la conciencia pero que son impalpables (imaginación,
pensamientos) y finalmente los contenidos en sí, es decir los elementos físicos
que entran en juego en el acto mental. Este espacio interior es ahora el objeto
de una reflexión y de un estudio, como en la época clásica lo era ese espacio
exterior al sujeto que aparecía a través de la red de la mathesis impuesta por
la representación. Ahora, este espacio interior aparece como una duplicación
empírica al interior de la figura del hombre. Se estudiarán así sus contenidos,
las normas que lo prefiguran y se hace así aparecer, redoblado, al sujeto en
una curiosa perspectiva ambigua: como sujeto de un conocimiento que conoce el
mundo que se le presenta a través de la sensación y también como un objeto más
en ese mundo. Es este el espacio de las ciencias humanas.
El hombre aparece
así definido en cuanto objeto, como un ser que vive, trabaja y habla y también
-o más bien dicho, en el cruce de estas empiricidades que son el trabajo, la
vida y el lenguaje - como un ser que piensa. Así surgen la mente consciente y
la personalidad como el lugar duplicado del hombre y como espacio de una
interrogación.
Una vez definido
este espacio interior al que llamamos la mente, como sede de esa identidad que
prevalece y sostiene al sujeto en cuanto elemento concreto y no ya en cuanto
una trascendentalidad, como era propio de la época clásica. Una vez aparecido
este objeto -que a partir de ahora llamaremos la personalidad- en el discurso
de las psicologías de la época moderna; veremos surgir y producirse una serie
de movimientos en el espacio de las empiricidades.
- Un primer elemento, remitirá a las condiciones y las características que se otorgarán a ese nuevo objeto que es la personalidad humana. Entre éstas, adquiere principal terreno y creemos que puede sostenerse como el eje del discurso psicologista moderno, la noción de conciencia. Mente, conciencia y pensamiento serán prácticamente elementos substituibles en el discurso de las modernas psicologías.
- Un segundo movimiento va a llevar a una duplicación discursiva en el terreno de las pertenencias teóricas y de las prácticas. Por un lado, los discursos sobre la locura que han venido conformándose en Occidente desde finales del renacimiento, aquello que Foucault llamara la “experiencia de la sinrazón”, van a ser acometidos desde dos lugares radicalmente distintos. Habrá dos movimientos discursivos tratando de apropiarse y de construir sobre ese terreno de lo empírico, sus dominios. Uno de estos discursos -ya reconocido- será el discurso médico, que se desarrollará dando lugar a las modernas psiquiatrías; el otro será el discurso de una pretendida psicología clínica. El primero es ya conocido y no nos referiremos a él en extensión, pero el discurso de la psicología clínica es esencialmente nuevo para Occidente. Donde el primero de ellos habla de neuronas, el otro hablará de emociones y aprendizajes; donde la psiquiatría habla de lesiones, la psicología clínica hablará de traumas; donde uno habla de cerebro el otro hablará de mente.
- Un tercer movimiento va a permitir la construcción de un espacio de continuidad en este ámbito recién creado de las personalidades humanas. Así se ha de trazar una línea que llevará de lo normal a lo patológico, de la cordura a la locura como en un extenso continuum. Sobre éste se agrupará a los hombres según sus niveles de patología, según su grado de enajenación, según los tipos personológicos a los que será tan propenso el naciente campo de las psicologías. Así, no serán de extrañar las comparaciones entre la locura y la infancia remitiéndose el discurso psicológico al apoyo de una ontogénesis, o -como producto de una reacción en sentido contrario- la asimilación de la locura a la animalidad (filogénesis) o a aquellos elementos que se consideran alejados de la cultura: los salvajes.
- Un cuarto elemento de estos discursos se hace manifiesto en la recurrencia y la apelación a la historia. La historia labra su terreno en los individuos. Se buscarán de este modo una serie de elementos que a partir de ahora se considerarán como causas de los trastornos de la recién aparecida personalidad -ora este hombre fue golpeado de niño, ora aquel fue consentido en exceso; este otro se entregó a prácticas insanas- Una vez hallados estos se convertirán -merced a esta aparición de la historicidad en lo individual- en causa de lo presente.
Todos estos puntos
permanecen en una interrelación discursiva de la cual no es factible
separarlos, se sostienen unos a otros creando un andamiaje novedoso e irónico,
molesto a veces...
Los dos discursos
Así, un primer momento
que es preciso señalar nos llevará al encuentro de dos discursos sobre un mismo
terreno empírico. Mas, no se trata aquí de un mismo objeto. Si bien ambas
prácticas discursivas habrán de encontrarse, criticarse mutuamente e incluso
traslaparse en algunos sectores. No obstante, no se habla por ello de las
mismas cosas, no se reconocen tampoco las mismas empiricidades, ni se disponen
las mismas prácticas. La psicología clínica será una recién llegada en el largo
camino que, comparativamente, la clínica médica y el discurso psiquiátrico habrán
ya recorrido.
En este terreno, la
psiquiatría tomará como elementos empíricos a las neuronas, la fisiología del
cerebro, los procesos degenerativos o las lesiones que han hecho mella en el
cerebro. La locura se extiende -y se entiende- en el espacio que prescribe el
orden de las lesiones, de las degeneraciones y de las herencias. De este modo,
se ve claramente que cuando se habla de una historia, desde el discurso médico,
dicha historicidad no es sino la de las afecciones orgánicas, las fiebres que han
podido afectar -de modo permanente o temporal- al cerebro, produciendo a esos
dementes. Se trata también de determinar las posibles lesiones que hayan marcado
a las personas; se interroga así por golpes, por caídas y accidentes; se busca
la etiología orgánica de la enfermedad; se buscan las causas del trastorno en los
ascendientes -ora este tarado tuvo un abuelo corto de entendederas, ora aquel otro
es hijo de una mujer sifilítica...
Este discurso, al
que hemos llamado médico, no implica necesariamente que se inserte en una sola
práctica, en este caso la de los médicos. Ya han de aparecer también discursos
que se denominarán psicologías, como en el caso de Galton, y que acudirán a
estas definiciones de historicidad como su eje. El darvinismo ocupa aquí su
lugar.
De este modo, por
ejemplo, veremos a Meynert definir a la amencia que lleva su nombre como un
proceso degenerativo; igual obrará el genio de Janet con respecto a la
etiología de la histeria. De ahí -del espacio transgredido que este discurso
autoriza- la burla que provocará Freud al presentar en 1893 al consejo médico
su comunicado sobre el mecanismo psíquico de los fenómenos histéricos. En las
áreas de la práctica social por ejemplo, destacan los trabajos de Lombroso (1836-1909)
en relación con las anormalidades cerebrales de los criminales, que también se
ubican en este terreno.
En el naciente
discurso psicológico, por el contrario, puede verse una definición de su
terreno de modo radicalmente distinto al discurso médico. El espacio que
recorre es otro. Desde la aparición de la obra de Gall, se unen –de manera al
parecer definitiva hasta ahora- por un lado el cerebro y por otro esa condición
radicalmente nueva que será la personalidad. Esa característica que hace a los
hombres radicalmente distintos unos a otros, ese privilegio de la diferencia que
sostiene al hombre como individualidad concreta, es decir el Yo. El cerebro, pletórico
de lugares y resquicios en los que se ubicaban los elementos de la psicología
de la percepción de la época clásica, (esta estética trascendental) presta su
espacio neuronal -infinito en su particiones, así como sus recodos y circunvoluciones-
a la proyección de una serie de características radicalmente novedosas. En este
lugar del cerebro ahora se afincarán deseos, voluntades afectos y emociones,
todos aquellos elementos son de ahora en adelante, patrimonio de la personalidad
y ésta se define en una conciencia. Junto a la corteza cerebral que se encarga
de la visión y de aquella parte que se encarga del habla (el área de Broca). Aparecen en la quimera de Gall, áreas que
controlan la destructividad, la amatividad y la filoprogenitividad; junto a
ellas los poderes intelectuales, las prudencias, las benevolencias y las
esperanzas.
Sin embargo, no es
éste el único terreno que cambia, el giro es aún más radical, pues ahora, estos
elementos que aparecen como interiores a la conciencia, estos elementos de la
diferencias que serán el fundamento de la individualidad son también, ya no
sólo efecto de lo orgánico, sino que han pasado a ocupar el nivel de causas. La
personalidad, va a ser de ahora en adelante la causa de los comportamientos.
Será así posible hablar de personalidades patológicas o de rasgos de
personalidad patológicos (ya por exceso ya por carencia). Ya en Pinel se observa
este movimiento; mientras la pasión era, para la época clásica, la causa de la
locura, ahora la pasión es el producto de una personalidad, el producto
interior de una conciencia que puede obnubilarse en sus propios recovecos. Se
ve así que lo que a partir de ahora puede estar afectado, lo que puede ser
lesionado, los elementos sobre los que tomará lugar la nueva práctica
psicológica es -ya no sólo el cerebro como quedaba manifiesto en la clínica
psiquiátrica- sino ese lugar en donde el hombre halla -duplicado- a sí mismo:
la personalidad. Así, la personalidad puede ser un elemento patológico, puede
haber enfermedades de la personalidad, puede también haber elementos que, al igual
que las bacterias y los bacilos afectan los órganos, la afecten. Vemos nacer
así una clínica de la personalidad y una clínica psicológica. Gran parte de los
discursos psicológicos que nos son contemporáneos -y he aquí uno de sus
principales problemas- remiten a esta ubicación y a esta recién creada
duplicación del sujeto en su personalidad. Así surgirá la ecuación conciencia =
mente en donde lo mental y lo consciente aparecerán como sinónimos. Es factible
que el loco o el neurótico recuerden y manejen en su conciencia todos estos
elementos, la suma de sus historias, los elementos que le han hecho ser como
son. Es igualmente a través de la conciencia, del convencimiento y de la
confesión como se descarga la culpa, la angustia y el miedo. Toda práctica
desde este momento y desde esta ubicación discursiva se dirigirá a trabajar
sobre dicha conciencia. Así tenemos a Pinel tratando de convencer a la
conciencia que no merece los reproches que se hace, que no es culpable de los
crímenes de los que se acusa. Todas las formas del tratamiento moral del siglo
XIX. Bien por el contrario, se recurrirá al terror como forma de doblegar a la
conciencia y hacerle reconocer lo vano de su actuar. Se recurrirá así a la
amenaza o a los castigos. También se recurrirá -como hace Pinel- al juego
teatral de hacer comparecer ante el melancólico un tribunal encargado de
perdonar sus imaginarios crímenes, o también se harán aparecer ángeles y santos
perdonando los pecados.
El lugar del hombre
Hemos visto así una
forma -no la única, tampoco quizá la mejor- de desarrollar el suelo
arqueológico en el cual ha aparecido la figura del hombre. El discurso de las psicologías
y en el cual podemos entrever hasta ahora tres momentos. Este discurso, debe
quedar claro, no se sostiene sobre ningún espacio de continuidad. Poco o nada
hay de similar entre ese primer momento, el de aquellos discursos determinados
por el arreglo entre Macrocosmos y Microcosmos propios del renacimiento; y
aquellos otros que hemos definido en el terreno de la época clásica como un
cosmos dividido entre una interioridad y una exterioridad ordenados a partir de
la representación (segundo momento). Aquí, el hombre aparece definido como este
lugar interior que conoce y ordena el mundo, este ser que es en cuanto que
piensa, del cogito cartesiano. También hemos visto los límites propios de este discurso,
las psicologías de la época clásica que se alzaban sobre este terreno del cogito.
El tercer momento, la época moderna, correspondería, a la aparición de la figura
redoblada de un sujeto que conoce el mundo y que, al mismo tiempo, aparece
duplicado en él como un nuevo terreno empírico.
Sin embargo el
discurso psicológico -y en ello su importancia- es el discurso que nos habla
sobre el lugar del hombre en este mundo, el lugar del hombre en cuanto
individuo particular que vive, habla, trabaja y piensa. No nos parece innecesario
recalcarlo una vez más, este lugar es el lugar definido por la conciencia, el
individuo es esta conciencia que se enfrenta al mundo, en la cual aparecen
ahora deseos, pasiones, pensamientos y voluntades.
Así, el problema de
la personalidad y el de los individuos concretos parecen como problemas
paralelos; pues ¿De qué manera puede ubicarse el ser humano concreto -el
individuo- si no es a partir de una personalidad que lo define?
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