Sujeto y Psicoanálisis Capitulo VII: El hombre y el mundo
Capítulo VII
El hombre y el mundo
Es preciso ubicar
ahora el horizonte de este momento. Es preciso recorrer el espacio discursivo
que ha hecho manifiestas estas posibilidades “psicológicas” en las cuales
seguimos atrapados. Veremos así, que el terreno de las psicologías aparece
contemporáneamente a la figura de este hombre que vive, trabaja y habla, y
aparece como el estudio de esta conciencia y de este lugar donde el hombre se reconoce
en un ser que piensa, como el poseedor de una conciencia, como el dueño de una
voluntad y de una razón.
La moderna figura
del Hombre se nos aparece definida en tres niveles:
a) Como una identidad-individualidad que se define como una conciencia de sí, es decir como una autoconciencia capaz de definir
b) Una voluntad que aparece determinada a través de la propia conciencia y que a su vez tiene,
c) Un fundamento último en una racionalidad que media como ordenadora del espacio del mundo en su relación con el hombre
Así, la psiquiatría
y la psicología modernas se nos muestran interrogando a este hombre como
fundamento posible de las empiricidades. Sin embargo –lo veremos más adelante -
el lugar del Hombre está marcado por una finitud, por unos límites que le
definen. De este modo, el análisis positivo de la psiquiatría y la psicología,
estos engendros que se llaman psicologías y psiquiatrías científicas, han requerido
de la aparición de dicha duplicación trascendental a la que llamamos el Hombre.
Este movimiento
posee a su vez varios efectos: En primer término será necesario establecer la
relación del conocimiento con la Verdad. Aquí son posibles dos formas. En una
primera, la verdad habrá de buscarse, ya sea en función del objeto y se tendrá
así la psicología del contenido, buscando las condiciones físicas de la
percepción; separando de cabo a rabo lo que es verdad de lo que es ilusión. En
otro extremo, se buscará a partir de este lugar de la percepción, de este
hombre y tendremos aquí la psicología del acto. Es el eje que irá de lo
exterior a lo interior, de lo Objetivo a lo Subjetivo, subjetividad definida como
autoconciencia racionalidad y voluntad, es decir como un Ego, un Yo. En otro
nivel -pero paralelo al anterior- se da la ubicación de esa Verdad. Aquí se
trata, o bien de una verdad que sirve como una verdad general y que por ello es
aplicable a todos los hombres y que se yergue en fundamento de las verdades
particulares; o, por el contrario, esa verdad es una adecuación absolutamente
particular que define el modo de ser del hombre en cuanto individualidad.
Aquí vemos
sobreponerse los dos espacios de la discusión psicológica. Por un lado, con
base en el objeto positivo se prescribirá una relación del hombre con la verdad
del objeto de donde lo patológico se ubicará como esa relación en tanto perdida,
obnubilada o alejada, extraviada quizá en un mundo quimérico. Una segunda línea
llevará del fundamento en la Naturaleza al fundamento en lo social. Ubicamos
aquí una historia que construye su verdad. Aquí se tratará de reconocer las
formas históricas de esta relación. La historia es aquí el lugar en donde se
hallarán todas las respuestas y donde es posible encontrar todas las causas. La
teoría del trauma, las posibilidades de una reeducación, la insistencia en conocer
sobre las formas del amamantamiento, sobre las relaciones parentales, en saber
si el neurótico fue querido en su infancia o no, una sumatoria de hechos, desplegados
en el espacio del tiempo que adquieren el estatuto de causas. La existencia de
estos 2 ejes uno primero de lo objetivo a lo subjetivo –y paralelamente de lo
general a lo particular- y uno segundo de lo natural a lo social, o implica una
distinción fundamental y un punto antinómico, por el contrario, ambos extremos
se entienden al interior de una continuidad. Así lo social se sustenta y se
diluye al mismo tiempo en la remisión a una naturaleza (por ejemplo el mito del
buen salvaje), del mismo modo que lo subjetivo remitirá a la posibilidad de una
objetividad que se yergue en garante del mundo.
Toda esta
parafernalia no muestra sino el horizonte mismo de la quimera, el lugar donde
el hombre se disipa, el lugar donde se pierde. Pues, si acaso hay una verdad
del orden del objeto, si hay una objetividad, será posible remitir a ella y fundar
sobre ella toda objetividad posible. Habrá un fundamento, un punto princips ,
una realidad que nos permitirá distinguir la verdad científica de la quimera
ideológica.
Podemos ilustrar lo
anterior con la siguiente figura, en la cual superponemos estos ejes donde gira
el discurso psicológico del hombre.
Figura 1:
Vemos aquí dos
ejes, el primero (horizontal) que se extiende desde la verdad del objeto (exterioridad-generalidad)
hasta la verdad del sujeto (interioridad-particularidad), la figura del hombre
en su individualidad. El segundo (vertical) nos lleva de la verdad de la
naturaleza a la verdad de la historia y de la sociedad.
En este territorio,
el lugar de la verdad puede ser infinito, como lo muestra la infinidad de los
discursos de la psicología que nos es contemporánea. Pero todos estos discursos
pueden ubicarse al interior de los cuatro campos que la figura anterior ha
definido. Algunos más cerca de la naturaleza, otros de la sociedad; algunos en
busca de una generalidad trascendental, otros enfatizando una particularidad.
Campo del análisis médico trascendental.
Esta figura remite
a la posibilidad de la fundación de una medicina fundamentada en una
naturaleza, que sirviera de criterio general para la explicación del hombre. El
mito de una naturaleza humana que sentara el asidero de una explicación
aferrada a la verdad. La hipótesis de una neurofisiología que sirviera de
fundamento a una teoría particular de la personalidad. Se puede así buscar del
lado del cuerpo, como muestra -y permítaseme citar este ejemplo, precioso en su
ingenuidad- Sheldon, quien remitirá las características de la personalidad a la
forma corporal. Habrá así corporalidades endomorfas, a quienes corresponderá la
personalidad viscerotónica. Así los endomorfos serán parecidos a los bebés,
relajados, amantes de la comodidad y del comer, suaves y fáciles en la
expresión de sus sentimientos y emociones. Tendremos también los mesomorfos, a
quienes corresponde la personalidad somatotónica, estos serán de contextura
musculosa, fuertes, amantes del ejercicio y de la actividad física, crueles,
directos y decididos. Finalmente tendremos a los ectomorfos con su personalidad
cerebrotónica, serán estos altos y delgados, impasibles, flemáticos, cerebrales,
parcos en sus manifestaciones afectivas... Sheldon recorre en su descripción
todas las formas humanas, el universo de la corporalidad, pero al hacerlo,
recorre también el espacio continuo de las personalidades.
Se trata de un
discurso doble que despliega por un lado la diferencia de las corporalidades
superponiendo a ella -como en un palimpsesto, la diferencia de las
personalidades y ubicando esta corporalidad del lado de la objetividad y a modo
de una piedra clave que sostiene todo el andamio de esta psicología.
Muchos otros
elementos, la reflexología pavloviana por ejemplo, pero también las remisiones
a los instintos (McDougall). Todos ellos hallan su asidero en este lugar. Este
discurso universal posibilitaría la construcción de discursos particulares
sobre el mismo terreno produciéndose así el:
Campo de la clínica del órgano
En donde el
fundamento se reconoce en la ubicación orgánica de lo patológico. Esto puede
atravesar infinitos lugares, siempre habrá más cosas que nombres posibles.
Puede ubicarse en las deformidades del lóbulo occipital que producirán al
criminal (Lombroso) o -también para el criminal- en el lóbulo frontal como
estuvo de moda en los años 50’s. Puede ubicarse también en las hormonas (recuérdense
los tratamientos hormonales para la cura (sic) de la homosexualidad),en los
genes (más recientemente y para lo mismo), las teorías bioquímicas de la depresión
y de la esquizofrenia, etc. También en la teoría de la degeneración... La posibilidad
de localización -y de la búsqueda- se vuelve así infinita.
Campo de la historicidad objetiva
De modo análogo se
puede buscar una historicidad objetiva que pueda ser sustentada como la base de
lo manifiesto. Por ejemplo Wilhem Reich y su teoría de la sexualidad reprimida
y del capitalismo represor de una sexualidad que al liberarse garantizaría la
curación y la felicidad, la promesa futura de una escatología.
Otro ejemplo lo constituye
aquí la teoría analítica Junguiana con su remisión a arquetipos absolutos e
intemporales que funcionarían a modo de garantes universales de las
posibilidades de una interpretación y de una intervención en el mundo de las
personas. Igualmente la búsqueda en una historia, de las formas adecuadas de la
crianza de los hijos, los modelos educativos, etc. Algunas corrientes derivadas
del psicoanálisis no escaparán tampoco a este espacio de prácticas discursivas.
Así, con Fromm tendremos dos tipos de relaciones ante el mundo, las
asimilativas (acercamiento a las cosas) y las de socialización (acercamiento a
las personas), sobre este parámetro, se distribuirán así dos ejes de
personalidades y una precisa caracterología:
Asimilación - receptividad explotador
Socialización - masoquismo sadismo
acumulador - mercantil
destructividad - indiferencia
A estas dos formas
se añadirá un quinto tipo de personalidad, la que debe ser, el “Individuo
Productivo”.
Campo de la historicidad subjetiva
Análogamente a lo
anterior, se trata ahora de una historicidad de los individuos. La teoría del
trauma tiene aquí su lugar. Se trata de ubicar hechos concretos en las vidas de
las personas a los cuales achacar el origen, la ruptura, el inicio del
desorden, el elemento desencadenante. La historia aparece así, poblada de
posibles caídas... será preciso evitarlas.
Tomemos, también
como ejemplo, los elementos de esas psicologías que se llaman a sí mismas
conductistas. En este caso, la remisión discursiva nos llevará a dos niveles.
Por uno, al elemento esencial de todo comportamiento que es el aprendizaje, que
a su vez implica un segundo nivel, que consiste en la inserción de la persona
en una historia que ha condicionado sus formas de respuesta ante los estímulos.
Esta historicidad es sin embargo, una historicidad que se pretende vacía de
contenidos de razón, vacía de discursividades; no es sino una simple acumulación
de hechos, es mucho más una cronología que una historia. Locuras, fobias,
temores serán aquí simplemente formas de respuesta inadecuadas socialmente. El
tratamiento consistirá así en enseñar aquellas formas de comportamiento
adecuadas. Al ser esta historicidad una mera acumulación de datos objetivos, no
es de extrañar que el conductismo parta de establecer la diferencia únicamente en
términos de grado. Por ello, será factible determinar a partir del estudio del
comportamiento de las ratas o de las palomas, el comportamiento de los hombres
o las sociedades. No es de extrañar pues, que Skinner haya explicado en
términos conductistas y a partir de la observación de palomas, algo que llamará
“conducta supersticiosa” y que a partir de estas observaciones pretenda
explicar la superstición de los seres humanos.
Curar
Este discurso puede
proseguirse en una cadena infinita a través de todas las caracterologías que
nos son contemporáneas. De la ingenuidad de Sheldon, a los discursos
psicosociales de Fromm; de la caracterología freudomarxista de Reich a las
caracterologías pretendidamente científicas y positivas de las pruebas de personalidad,
en las cuales la personalidad aparece definida como los números o valores de
una escala; en donde se tienen personalidades 1-3-2 (conversivos y somáticos),
9 alta- 2 bajo (maníacos), 2 alta -9 baja (depresivos), 6 (alta o muy baja) paranoicos,
etc.
He aquí de fondo,
la quimera de una realidad, la idea de una verdad inasible. Se persigue en una
corporalidad (Sheldon), en un llamado a los instintos fundamentales (Le Bon,
McDougall), en una entidad metafísica que trasciende espacio y tiempo, como es
el caso de los arquetipos junguianos, se persigue también en la historia de un
aprendizaje o en una historicidad educativa; en la historia de los traumas, en
los factores y elementos culturales que han hecho de tal hombre un loco o un
criminal.
Así, la Verdad se
ubica en los terrenos de la objetividad y de la naturaleza o en la subjetividad
y la historia; pero aparece en su función de causa. Es el análisis positivista
en donde la verdad del objeto prescribe y apunta a la verdad del discurso. Pero
al mismo tiempo una verdad asible, que está al alcance de la mano...
Por el otro lado de
esta discusión -aunque inseparable de ella- se ve avanzarlo que Foucault llama
la escatología, un discurso que prepararía el advenimiento de una verdad en
formación. Se ve así a la Verdad en el final de una cadena, en un lugar al que
necesariamente se ha de llegar: el fin de la historia. El discurso psicológico
reconoce en este movimiento la quimera de una adaptación al mundo, en la
quimera de una buena voluntad que permitiría a los hombres vivir en paz; una quimera que permitiría determinar las
causas de lo patológico y erradicarlas, en la liberación de una sexualidad
amordazada (Reich) acaso, en los discursos modernos de la libertad expresada en
una libertad de consumo. La biofilia frommiana se ubica en este terreno con su
educación para el Amor, y para la socialización. En el mismo sector se
encuentra la llamada psicología humanista de Maslow, o la teoría de la
evolución del Yo de E. Erikson, o el“Más allá de la libertad y la dignidad” de
Skinner
Aquí ubicamos los
fundamentos de los discursos psicológicos centrados en el problema de la
personalidad.
a) Una conciencia que preexiste y estructura el mundo de los objetos y que sirve como fundamento a la personalidad del hombre que le hace individuo, es decir Yo.
b) Una realidad que aparece como exterior al hombre y en la cual se ha de insertar la subjetividad. Esta realidad prescribe los contenidos de la conciencia (tanto como objetividad o como historicidad) pero se yergue en fundamento de la relación de este hombre individualizado (Yo) con ese mundo exterior.
c) La posibilidad de ubicar lo patológico como una falla en uno o en ambos niveles sobre los que se establece la relación con la realidad (objetividad - subjetividad o naturaleza-sociedad.
d) De ahí se deducirá como conclusión la necesidad de una adaptación a la realidad que ha establecido su verdad positiva. Es este el fundamento de las terapias y de las prácticas sociales que en el fondo no son más que formas de ejercicio de poder: el reeducar, el curar el trauma, el enseñar las formas correctas de relacionarse con el mundo.
e) La relación del hombre con la verdad y del saber con la verdad como fundamento de todo posible discurso psicológico.
f) La existencia de una continuidad que iría de lo normal a lo patológico, de lo bueno a lo malo, de lo justo a lo injusto, de lo sano a lo loco que no es sino esa misma distancia que separa al hombre de su Verdad.
a) Una conciencia que preexiste y estructura el mundo de los objetos y que sirve como fundamento a la personalidad del hombre que le hace individuo, es decir Yo.
b) Una realidad que aparece como exterior al hombre y en la cual se ha de insertar la subjetividad. Esta realidad prescribe los contenidos de la conciencia (tanto como objetividad o como historicidad) pero se yergue en fundamento de la relación de este hombre individualizado (Yo) con ese mundo exterior.
c) La posibilidad de ubicar lo patológico como una falla en uno o en ambos niveles sobre los que se establece la relación con la realidad (objetividad - subjetividad o naturaleza-sociedad.
d) De ahí se deducirá como conclusión la necesidad de una adaptación a la realidad que ha establecido su verdad positiva. Es este el fundamento de las terapias y de las prácticas sociales que en el fondo no son más que formas de ejercicio de poder: el reeducar, el curar el trauma, el enseñar las formas correctas de relacionarse con el mundo.
e) La relación del hombre con la verdad y del saber con la verdad como fundamento de todo posible discurso psicológico.
f) La existencia de una continuidad que iría de lo normal a lo patológico, de lo bueno a lo malo, de lo justo a lo injusto, de lo sano a lo loco que no es sino esa misma distancia que separa al hombre de su Verdad.
Lo normal y lo patológico
El nuevo objeto -el
hombre - en las tres dimensiones que adquiere (Yo, conciencia, personalidad),
permite y es el espacio de la instauración de una práctica. A partir e ahora
habrá personalidades sanas y personalidades patológicas, se hará pesar sobre
los cuerpos y sobre la recién creada personalidad toda una serie de mediciones -las
pruebas psicológicas- para saber el grado de patología de las mismas. El
criterio de normalidad aparecerá definido estadísticamente, recurriendo para
ello al modelo de la curva de Gauss sobre la cual podrá desplegarse cualquier característica que se
defina, en dos polos -lo más o lo menos- donde lo ideal se concentrará en la
mitad. Algunos extremos (por ejemplo, en la inteligencia el extremo superior)
se considerarán buenos y se plantea como meta, en tanto otros aparecerán
marcados como malos o patológicos (el extremo inferior en el mismo caso). En
otros casos lo bueno se ubicará a la mitad y lo patológico se ubicará en los
extremos, por ejemplo en el par antitético manía-depresión o en las oposiciones
introversión-extroversión, sociabilización-asimilación (Como en la caracterología
frommiana),
Este continuum que
va de lo normal a lo patológico hará valer también una serie de prácticas
destinadas a la curación de la patología de la personalidad; ya sea enseñando
el modo de vivir en el mundo (conductismos), el modo de ser productivo o el
modo en que se debe amar (Fromm), las formas de adaptarse a la realidad (la Ego
Psychology ). Las formas educativas que deben imperar, las cosas que deben
permitirse a los niños y aquellas otras que les estarán vedadas. Así esta
experiencia habrá de producir una serie de técnicas destinadas a una quimera de
la normalización y a la evitación de la diferencia:
A) Técnicas de
evitación de la diferencia (Profilaxis) Como evitar que aparezca la anormalidad
o la diferencia: “Educando para la vida” (Fromm); “liberando la sexualidad”
(Reich), el postulado eugenésico” (Galton), yendo “más allá de la libertad y la
dignidad” (Skinner). Aquí se ve el ejercicio de un poder y de una mirada médica
que separará lo sano de lo patológico, lo normal de lo anormal, lo bueno de lo
malo.
B) Técnicas de
reparación de la diferencias (Curación-Readaptación) Cuando aparece la
desviación, cuando no se da la adaptación al campo de lo objetivo que la
racionalidad exige, cuando fallaron los métodos profilácticos se recurre a las
técnicas de reparación. La reeducación; el sistema de premios castigos; la
quimera de enseñar una manera adecuada de pensar y de relacionarse con el mundo
(como ocurre -por ejemplo- en el caso de la Terapia Racional Emotiva de Ellis).
C) Técnicas de
exclusión Cuando todo lo anterior falla y no es posible ni la evitación ni la readaptación,
hacen su aparición técnicas y tácticas de exclusión. El encierro, la patologización,
etc. pero de esto ya se ha hablado mucho y muy bien. La figura del hombre,
estos discursos que se llaman a sí mismos antropológicos o humanistas dejarán
fuera de sí, fuera de los marcos de lo sano, a los locos, los perversos, los
neuróticos, los homosexuales y los diferentes. Pero esto es ya viejo; quedarán
sujetos a las prácticas correctivas, aquellos demasiado tímidos (por
introvertidos), aquellos que muestran demasiado sus emociones (por exhibicionistas),
aquellos que no aman la vida (por necrófilos), y aquellos otros que gustan del
vagar y de los placeres (por no ser productivos).
La moderna
psicología y los discursos antropológicos han creado así toda una nueva serie
de seres marginales; y con ellos, han creado también una serie de prácticas
(curaciones, terapias -casi infinitas en sus números-, formas de enseñanza,
pedagogías, formas de educar a los niños, formas de ser feliz en la vida...).
La ilusión de esta
unidad final, de esta meta de toda historia, de este bien del hombre se
encuentra plasmada en el sueño del hombre como dueño y señor de sus actos; de
este hombre que independientemente de su historia puede encontrar un buen
vivir. La garantía de una ética proveniente desde esta conciencia racional, de
una educación que nos pueda enseñar a ser humanos, a vivir libres de deseos y alejados
de lo irracional... Rose, ha destacado ampliamente el lugar de estas
psicologías, y el espacio de la aplicación de las técnicas psicológicas,
concretamente estas tecnologías del self, que argumenta en cuatro niveles.
En uno primero se
trata de una subjetivación del trabajo que lleva a llenar el campo del trabajo
con una plétora de sentimientos, emociones y deseos. Una transformación que ha
hecho del lugar del trabajo el lugar de la satisfacción personal y de
autorrealización. En un segundo lugar, una psicologización de lo mundano, en la
cual los problemas de la vida común: el casamiento, el cuidado de los hijos,
las compras, la educación, etc. se han convertido en lugares sometidos a la
mirada psicológica, haciéndose lugares sintomáticos, patológicos, sanos,
adaptados, o desadaptados, etc.
En un tercer
sentido, la aparición de una terapéutica de la finitud, en la cual todos los
problemas de la vida, las tragedias de amor, de la vida y de la muerte aparecen
como los puntos posibles de la patología y de la curación. Formas desde la
cuales la vida propia puede adquirir un sentido sano o patológico. Finalmente
una neurotización de las relaciones sociales. Un espacio que posibilitará el
descubrimiento y aparición de los síntomas; ahora este niño es muy introvertido,
o muy extrovertido, ahora tiene muchos amigos o muy pocos. Este hombre tiene
problemas de relaciones interpersonales, aquel problemas de pareja...
Todas estas
técnicas se han construido sobre un espacio de intervención, una intervención
que aparece ya sobre los cuerpos, ya sobre las mentes; una red que trasciende
toda la vida social, de la escuela al trabajo, pasando por la familia, las
diversiones, etc. Una red que impone formas de subjetivación y modos de ser.
Aquí se ve el modo
en que el poder ha construido el modelo de una normalidad, el “Yo adaptado”, al
cual es preciso acercarse. Un modelo que prescribirá su orden sobre las
sexualidades, sobre el contenido de las relaciones personales, sobre una
dietética, sobre una relación propia del individuo con su cuerpo... sobre
infinidad de detalles, de lo más nimio a lo más relevante. Desde el nacimiento
a la muerte, desde lo más íntimo a lo más público, de lo individual a lo social,
se ha construido un modelo de normalidad que constantemente se impone a nuestros
ojos, y con el cual se nos arenga a compararnos de manera casi infinita, un sí
mismo (self) que no es sino un otro, ideal, meta, fantasma. Es también Rose, quien
ha señalado el lugar de estos discursos psicológicos. En un primer momento una
serie de “métodos de alerta”, de reflexión, de pensarse a uno mismo como objeto
de pasiones, deseos, miedos y amores, un reconocimiento y una meditación sobre
los estados internos. Aquí, por ejemplo la Terapia Guestalt de Perls nos
propone toda una serie de ejercicios para conocer nuestro comportamiento y
analizarlo; una serie de técnicas que nos permiten darnos cuenta de nuestras
emociones. Berne propondrá en cambio comparar nuestros pensamientos con las
figuras de un Padre, un Adulto o un Niño que determinarán nuestras acciones. Un
segundo momento aparece en lo que Rose llama los “algoritmos de la interacción”,
una serie de estrategias destinadas a transformar las acciones, actos, conductas,
emociones y pensamientos de los seres humanos en cantidades numéricas a fin de
compararlos con una media que definirá los criterios de la normalidad. Ora lo
sano por proximidad a esta normalidad-normatividad, o lo patológico-excepcional
como un alejamiento de la media En un tercer momento encontramos aquellas
técnicas que se han denominado las “narrativas de los sentimientos”, las cuales
nos llevan a identificarnos con una amplia serie narrativas anónimas, que se
supone deben servirnos de modelo para nuestras propias acciones y pensamientos
y que determinarán el mundo del ser y del deber ser.
Estas posibilidades
siguen vivas. Seguimos, en gran medida, siendo modernos. Seguimos atrapados en
los terrenos de análisis y en las posibilidades abiertas por las ciencias
humanas. Seguimos atrapados, más de cien años después, en los discursos de la
psicología. Siguen latiendo en nuestra modernidad, todos los presupuestos que
los hacen posibles.
El espacio psicológico
Foucault, en ese
extraordinario análisis de las ciencias humanas que es Las palabras y las
cosas,establece tres espacios epistemológicos para las ciencias humanas, o más bien
establece a las ciencias humanas en el espacio que se despliega al interior de
lo que se ha llamado un triedro de los saberes.
Figura 2.
Las ciencias
humanas no aparecen al interior de este triedro, sino en el espacio que se crea
al interior de su dimensionalidad, en la intersección misma de este discurso.
Para Foucault es preciso también distinguir en ello tres espacios de discurso,
el espacio sociológico, el espacio del lenguaje y el espacio psicológico , este
último merece aquí nuestra atención, es el espacio que encuentra su lugar “...allí
donde el ser vivo, en la prolongación de sus funciones, de sus esquemas neuromotores,
de regulaciones fisiológicas, pero también e la suspensión que los interrumpe y
los limita, se abre a la posibilidad de la representación...”
Efectivamente, es allí el lugar donde es
posible todo discurso psicológico. Por un lado en la remisión ineludible a una
verdad que se encuentra del lado del órgano o de la neurona (positivismo y
psicología del contenido), del aprendizaje (conductismo) o en la quimera -tan
del gusto de la psicología clínica- de una personalidad sana. En todo caso, el
horizonte epistémico es el mismo. No puede reconocerse allí límite alguno, y
como no es posible tal, aparece siempre la promesa renovada de una adaptación,
de una educación en el amor y en las figuras que se llaman a sí mismas
humanistas.
Así, hoy en día,
atrapada en esta imposibilidad -que le es consubstancial- de fundamentar su
positividad -ya decía hace mucho Canguilhem que la psicología no tiene objeto-
la psicología recurre como fundamento al mito de esa figura unificadora y
parpadeante que es el Hombre. Recurre al mito que se promete en un pasado ideal
(el buen salvaje) o en la apología de un mundo porvenir sin alienación. Como el
espacio es tan endeble caben en este discurso -que no es sino uno- todas las
posibilidades, que no por llamarse “científicas” o humanistas son menos
metafísicas -por el contrario; convirtiéndose la psicología moderna en una infinidad
discorde de técnicas contradictorias y en un espacio abierto al delirio. De la
“ciencia” a la moralina, de la verdad al mito. Pero sobre todo en la
persistencia de una entramada red de poder que se entreteje en nuestras vidas.
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