Sujeto y Psicoanálisis Capitulo VII: El hombre y el mundo


Capítulo VII

El hombre y el mundo



Es preciso ubicar ahora el horizonte de este momento. Es preciso recorrer el espacio discursivo que ha hecho manifiestas estas posibilidades “psicológicas” en las cuales seguimos atrapados. Veremos así, que el terreno de las psicologías aparece contemporáneamente a la figura de este hombre que vive, trabaja y habla, y aparece como el estudio de esta conciencia y de este lugar donde el hombre se reconoce en un ser que piensa, como el poseedor de una conciencia, como el dueño de una voluntad y de una razón.
La moderna figura del Hombre se nos aparece definida en tres niveles:


a) Como una identidad-individualidad que se define como una conciencia de sí, es decir como una autoconciencia capaz de definir
b)  Una voluntad que aparece determinada a través de la propia conciencia y que a su vez tiene,
c) Un fundamento último en una racionalidad que media como ordenadora del espacio del mundo en su relación con el hombre

Así, la psiquiatría y la psicología modernas se nos muestran interrogando a este hombre como fundamento posible de las empiricidades. Sin embargo –lo veremos más adelante - el lugar del Hombre está marcado por una finitud, por unos límites que le definen. De este modo, el análisis positivo de la psiquiatría y la psicología, estos engendros que se llaman psicologías y psiquiatrías científicas, han requerido de la aparición de dicha duplicación trascendental a la que llamamos el Hombre.
Este movimiento posee a su vez varios efectos: En primer término será necesario establecer la relación del conocimiento con la Verdad. Aquí son posibles dos formas. En una primera, la verdad habrá de buscarse, ya sea en función del objeto y se tendrá así la psicología del contenido, buscando las condiciones físicas de la percepción; separando de cabo a rabo lo que es verdad de lo que es ilusión. En otro extremo, se buscará a partir de este lugar de la percepción, de este hombre y tendremos aquí la psicología del acto. Es el eje que irá de lo exterior a lo interior, de lo Objetivo a lo Subjetivo, subjetividad definida como autoconciencia racionalidad y voluntad, es decir como un Ego, un Yo. En otro nivel -pero paralelo al anterior- se da la ubicación de esa Verdad. Aquí se trata, o bien de una verdad que sirve como una verdad general y que por ello es aplicable a todos los hombres y que se yergue en fundamento de las verdades particulares; o, por el contrario, esa verdad es una adecuación absolutamente particular que define el modo de ser del hombre en cuanto individualidad.
Aquí vemos sobreponerse los dos espacios de la discusión psicológica. Por un lado, con base en el objeto positivo se prescribirá una relación del hombre con la verdad del objeto de donde lo patológico se ubicará como esa relación en tanto perdida, obnubilada o alejada, extraviada quizá en un mundo quimérico. Una segunda línea llevará del fundamento en la Naturaleza al fundamento en lo social. Ubicamos aquí una historia que construye su verdad. Aquí se tratará de reconocer las formas históricas de esta relación. La historia es aquí el lugar en donde se hallarán todas las respuestas y donde es posible encontrar todas las causas. La teoría del trauma, las posibilidades de una reeducación, la insistencia en conocer sobre las formas del amamantamiento, sobre las relaciones parentales, en saber si el neurótico fue querido en su infancia o no, una sumatoria de hechos, desplegados en el espacio del tiempo que adquieren el estatuto de causas. La existencia de estos 2 ejes uno primero de lo objetivo a lo subjetivo –y paralelamente de lo general a lo particular- y uno segundo de lo natural a lo social, o implica una distinción fundamental y un punto antinómico, por el contrario, ambos extremos se entienden al interior de una continuidad. Así lo social se sustenta y se diluye al mismo tiempo en la remisión a una naturaleza (por ejemplo el mito del buen salvaje), del mismo modo que lo subjetivo remitirá a la posibilidad de una objetividad que se yergue en garante del mundo.
Toda esta parafernalia no muestra sino el horizonte mismo de la quimera, el lugar donde el hombre se disipa, el lugar donde se pierde. Pues, si acaso hay una verdad del orden del objeto, si hay una objetividad, será posible remitir a ella y fundar sobre ella toda objetividad posible. Habrá un fundamento, un punto princips , una realidad que nos permitirá distinguir la verdad científica de la quimera ideológica.
Podemos ilustrar lo anterior con la siguiente figura, en la cual superponemos estos ejes donde gira el discurso psicológico del hombre.  


Figura 1:

Vemos aquí dos ejes, el primero (horizontal) que se extiende desde la verdad del objeto (exterioridad-generalidad) hasta la verdad del sujeto (interioridad-particularidad), la figura del hombre en su individualidad. El segundo (vertical) nos lleva de la verdad de la naturaleza a la verdad de la historia y de la sociedad.
En este territorio, el lugar de la verdad puede ser infinito, como lo muestra la infinidad de los discursos de la psicología que nos es contemporánea. Pero todos estos discursos pueden ubicarse al interior de los cuatro campos que la figura anterior ha definido. Algunos más cerca de la naturaleza, otros de la sociedad; algunos en busca de una generalidad trascendental, otros enfatizando una particularidad.
Campo del análisis médico trascendental.
Esta figura remite a la posibilidad de la fundación de una medicina fundamentada en una naturaleza, que sirviera de criterio general para la explicación del hombre. El mito de una naturaleza humana que sentara el asidero de una explicación aferrada a la verdad. La hipótesis de una neurofisiología que sirviera de fundamento a una teoría particular de la personalidad. Se puede así buscar del lado del cuerpo, como muestra -y permítaseme citar este ejemplo, precioso en su ingenuidad- Sheldon, quien remitirá las características de la personalidad a la forma corporal. Habrá así corporalidades endomorfas, a quienes corresponderá la personalidad viscerotónica. Así los endomorfos serán parecidos a los bebés, relajados, amantes de la comodidad y del comer, suaves y fáciles en la expresión de sus sentimientos y emociones. Tendremos también los mesomorfos, a quienes corresponde la personalidad somatotónica, estos serán de contextura musculosa, fuertes, amantes del ejercicio y de la actividad física, crueles, directos y decididos. Finalmente tendremos a los ectomorfos con su personalidad cerebrotónica, serán estos altos y delgados, impasibles, flemáticos, cerebrales, parcos en sus manifestaciones afectivas... Sheldon recorre en su descripción todas las formas humanas, el universo de la corporalidad, pero al hacerlo, recorre también el espacio continuo de las personalidades.
Se trata de un discurso doble que despliega por un lado la diferencia de las corporalidades superponiendo a ella -como en un palimpsesto, la diferencia de las personalidades y ubicando esta corporalidad del lado de la objetividad y a modo de una piedra clave que sostiene todo el andamio de esta psicología.
Muchos otros elementos, la reflexología pavloviana por ejemplo, pero también las remisiones a los instintos (McDougall). Todos ellos hallan su asidero en este lugar. Este discurso universal posibilitaría la construcción de discursos particulares sobre el mismo terreno produciéndose así el:

Campo de la clínica del órgano

En donde el fundamento se reconoce en la ubicación orgánica de lo patológico. Esto puede atravesar infinitos lugares, siempre habrá más cosas que nombres posibles. Puede ubicarse en las deformidades del lóbulo occipital que producirán al criminal (Lombroso) o -también para el criminal- en el lóbulo frontal como estuvo de moda en los años 50’s. Puede ubicarse también en las hormonas (recuérdense los tratamientos hormonales para la cura (sic) de la homosexualidad),en los genes (más recientemente y para lo mismo), las teorías bioquímicas de la depresión y de la esquizofrenia, etc. También en la teoría de la degeneración... La posibilidad de localización -y de la búsqueda- se vuelve así infinita.

Campo de la historicidad objetiva

De modo análogo se puede buscar una historicidad objetiva que pueda ser sustentada como la base de lo manifiesto. Por ejemplo Wilhem Reich y su teoría de la sexualidad reprimida y del capitalismo represor de una sexualidad que al liberarse garantizaría la curación y la felicidad, la promesa futura de una escatología.
Otro ejemplo lo constituye aquí la teoría analítica Junguiana con su remisión a arquetipos absolutos e intemporales que funcionarían a modo de garantes universales de las posibilidades de una interpretación y de una intervención en el mundo de las personas. Igualmente la búsqueda en una historia, de las formas adecuadas de la crianza de los hijos, los modelos educativos, etc. Algunas corrientes derivadas del psicoanálisis no escaparán tampoco a este espacio de prácticas discursivas. Así, con Fromm tendremos dos tipos de relaciones ante el mundo, las asimilativas (acercamiento a las cosas) y las de socialización (acercamiento a las personas), sobre este parámetro, se distribuirán así dos ejes de personalidades y una precisa caracterología:
Asimilación - receptividad explotador
Socialización -  masoquismo sadismo
acumulador - mercantil
destructividad - indiferencia
A estas dos formas se añadirá un quinto tipo de personalidad, la que debe ser, el “Individuo Productivo”.

Campo de la historicidad subjetiva

Análogamente a lo anterior, se trata ahora de una historicidad de los individuos. La teoría del trauma tiene aquí su lugar. Se trata de ubicar hechos concretos en las vidas de las personas a los cuales achacar el origen, la ruptura, el inicio del desorden, el elemento desencadenante. La historia aparece así, poblada de posibles caídas... será preciso evitarlas.
Tomemos, también como ejemplo, los elementos de esas psicologías que se llaman a sí mismas conductistas. En este caso, la remisión discursiva nos llevará a dos niveles. Por uno, al elemento esencial de todo comportamiento que es el aprendizaje, que a su vez implica un segundo nivel, que consiste en la inserción de la persona en una historia que ha condicionado sus formas de respuesta ante los estímulos. Esta historicidad es sin embargo, una historicidad que se pretende vacía de contenidos de razón, vacía de discursividades; no es sino una simple acumulación de hechos, es mucho más una cronología que una historia. Locuras, fobias, temores serán aquí simplemente formas de respuesta inadecuadas socialmente. El tratamiento consistirá así en enseñar aquellas formas de comportamiento adecuadas. Al ser esta historicidad una mera acumulación de datos objetivos, no es de extrañar que el conductismo parta de establecer la diferencia únicamente en términos de grado. Por ello, será factible determinar a partir del estudio del comportamiento de las ratas o de las palomas, el comportamiento de los hombres o las sociedades. No es de extrañar pues, que Skinner haya explicado en términos conductistas y a partir de la observación de palomas, algo que llamará “conducta supersticiosa” y que a partir de estas observaciones pretenda explicar la superstición de los seres humanos.

Curar

Este discurso puede proseguirse en una cadena infinita a través de todas las caracterologías que nos son contemporáneas. De la ingenuidad de Sheldon, a los discursos psicosociales de Fromm; de la caracterología freudomarxista de Reich a las caracterologías pretendidamente científicas y positivas de las pruebas de personalidad, en las cuales la personalidad aparece definida como los números o valores de una escala; en donde se tienen personalidades 1-3-2 (conversivos y somáticos), 9 alta- 2 bajo (maníacos), 2 alta -9 baja (depresivos), 6 (alta o muy baja) paranoicos, etc.
He aquí de fondo, la quimera de una realidad, la idea de una verdad inasible. Se persigue en una corporalidad (Sheldon), en un llamado a los instintos fundamentales (Le Bon, McDougall), en una entidad metafísica que trasciende espacio y tiempo, como es el caso de los arquetipos junguianos, se persigue también en la historia de un aprendizaje o en una historicidad educativa; en la historia de los traumas, en los factores y elementos culturales que han hecho de tal hombre un loco o un criminal.
Así, la Verdad se ubica en los terrenos de la objetividad y de la naturaleza o en la subjetividad y la historia; pero aparece en su función de causa. Es el análisis positivista en donde la verdad del objeto prescribe y apunta a la verdad del discurso. Pero al mismo tiempo una verdad asible, que está al alcance de la mano...
Por el otro lado de esta discusión -aunque inseparable de ella- se ve avanzarlo que Foucault llama la escatología, un discurso que prepararía el advenimiento de una verdad en formación. Se ve así a la Verdad en el final de una cadena, en un lugar al que necesariamente se ha de llegar: el fin de la historia. El discurso psicológico reconoce en este movimiento la quimera de una adaptación al mundo, en la quimera de una buena voluntad que permitiría a los hombres vivir en paz;  una quimera que permitiría determinar las causas de lo patológico y erradicarlas, en la liberación de una sexualidad amordazada (Reich) acaso, en los discursos modernos de la libertad expresada en una libertad de consumo. La biofilia frommiana se ubica en este terreno con su educación para el Amor, y para la socialización. En el mismo sector se encuentra la llamada psicología humanista de Maslow, o la teoría de la evolución del Yo de E. Erikson, o el“Más allá de la libertad y la dignidad” de Skinner
Aquí ubicamos los fundamentos de los discursos psicológicos centrados en el problema de la personalidad.



a) Una conciencia que preexiste y estructura el mundo de los objetos y que sirve como fundamento a la personalidad del hombre que le hace individuo, es decir Yo.
b) Una realidad que aparece como exterior al hombre y en la cual se ha de insertar la subjetividad. Esta realidad prescribe los contenidos de la conciencia (tanto como objetividad o como historicidad) pero se yergue en fundamento de la relación de este hombre individualizado (Yo) con ese mundo exterior.
c) La posibilidad de ubicar lo patológico como una falla en uno o en ambos niveles sobre los que se establece la relación con la realidad (objetividad - subjetividad o naturaleza-sociedad.
d) De ahí se deducirá como conclusión la necesidad de una adaptación a la realidad que ha establecido su verdad positiva. Es este el fundamento de las terapias y de las prácticas sociales que en el fondo no son más que formas de ejercicio de poder: el reeducar, el curar el trauma, el enseñar las formas correctas de relacionarse con el mundo.
e) La relación del hombre con la verdad y del saber con la verdad como fundamento de todo posible discurso psicológico.
f) La existencia de una continuidad que iría de lo normal a lo patológico, de lo bueno a lo malo, de lo justo a lo injusto, de lo sano a lo loco que no es sino esa misma distancia que separa al hombre de su Verdad.

Lo normal y lo patológico

El nuevo objeto -el hombre - en las tres dimensiones que adquiere (Yo, conciencia, personalidad), permite y es el espacio de la instauración de una práctica. A partir e ahora habrá personalidades sanas y personalidades patológicas, se hará pesar sobre los cuerpos y sobre la recién creada personalidad toda una serie de mediciones -las pruebas psicológicas- para saber el grado de patología de las mismas. El criterio de normalidad aparecerá definido estadísticamente, recurriendo para ello al modelo de la curva de Gauss sobre la cual podrá  desplegarse cualquier característica que se defina, en dos polos -lo más o lo menos- donde lo ideal se concentrará en la mitad. Algunos extremos (por ejemplo, en la inteligencia el extremo superior) se considerarán buenos y se plantea como meta, en tanto otros aparecerán marcados como malos o patológicos (el extremo inferior en el mismo caso). En otros casos lo bueno se ubicará a la mitad y lo patológico se ubicará en los extremos, por ejemplo en el par antitético manía-depresión o en las oposiciones introversión-extroversión, sociabilización-asimilación (Como en la caracterología frommiana),
Este continuum que va de lo normal a lo patológico hará valer también una serie de prácticas destinadas a la curación de la patología de la personalidad; ya sea enseñando el modo de vivir en el mundo (conductismos), el modo de ser productivo o el modo en que se debe amar (Fromm), las formas de adaptarse a la realidad (la Ego Psychology ). Las formas educativas que deben imperar, las cosas que deben permitirse a los niños y aquellas otras que les estarán vedadas. Así esta experiencia habrá de producir una serie de técnicas destinadas a una quimera de la normalización y a la evitación de la diferencia:
A) Técnicas de evitación de la diferencia (Profilaxis) Como evitar que aparezca la anormalidad o la diferencia: “Educando para la vida” (Fromm); “liberando la sexualidad” (Reich), el postulado eugenésico” (Galton), yendo “más allá de la libertad y la dignidad” (Skinner). Aquí se ve el ejercicio de un poder y de una mirada médica que separará lo sano de lo patológico, lo normal de lo anormal, lo bueno de lo malo.
B) Técnicas de reparación de la diferencias (Curación-Readaptación) Cuando aparece la desviación, cuando no se da la adaptación al campo de lo objetivo que la racionalidad exige, cuando fallaron los métodos profilácticos se recurre a las técnicas de reparación. La reeducación; el sistema de premios castigos; la quimera de enseñar una manera adecuada de pensar y de relacionarse con el mundo (como ocurre -por ejemplo- en el caso de la Terapia Racional Emotiva de Ellis).
C) Técnicas de exclusión Cuando todo lo anterior falla y no es posible ni la evitación ni la readaptación, hacen su aparición técnicas y tácticas de exclusión. El encierro, la patologización, etc. pero de esto ya se ha hablado mucho y muy bien. La figura del hombre, estos discursos que se llaman a sí mismos antropológicos o humanistas dejarán fuera de sí, fuera de los marcos de lo sano, a los locos, los perversos, los neuróticos, los homosexuales y los diferentes. Pero esto es ya viejo; quedarán sujetos a las prácticas correctivas, aquellos demasiado tímidos (por introvertidos), aquellos que muestran demasiado sus emociones (por exhibicionistas), aquellos que no aman la vida (por necrófilos), y aquellos otros que gustan del vagar y de los placeres (por no ser productivos).  
La moderna psicología y los discursos antropológicos han creado así toda una nueva serie de seres marginales; y con ellos, han creado también una serie de prácticas (curaciones, terapias -casi infinitas en sus números-, formas de enseñanza, pedagogías, formas de educar a los niños, formas de ser feliz en la vida...).
La ilusión de esta unidad final, de esta meta de toda historia, de este bien del hombre se encuentra plasmada en el sueño del hombre como dueño y señor de sus actos; de este hombre que independientemente de su historia puede encontrar un buen vivir. La garantía de una ética proveniente desde esta conciencia racional, de una educación que nos pueda enseñar a ser humanos, a vivir libres de deseos y alejados de lo irracional... Rose, ha destacado ampliamente el lugar de estas psicologías, y el espacio de la aplicación de las técnicas psicológicas, concretamente estas tecnologías del self, que argumenta en cuatro niveles.
En uno primero se trata de una subjetivación del trabajo que lleva a llenar el campo del trabajo con una plétora de sentimientos, emociones y deseos. Una transformación que ha hecho del lugar del trabajo el lugar de la satisfacción personal y de autorrealización. En un segundo lugar, una psicologización de lo mundano, en la cual los problemas de la vida común: el casamiento, el cuidado de los hijos, las compras, la educación, etc. se han convertido en lugares sometidos a la mirada psicológica, haciéndose lugares sintomáticos, patológicos, sanos, adaptados, o desadaptados, etc.
En un tercer sentido, la aparición de una terapéutica de la finitud, en la cual todos los problemas de la vida, las tragedias de amor, de la vida y de la muerte aparecen como los puntos posibles de la patología y de la curación. Formas desde la cuales la vida propia puede adquirir un sentido sano o patológico. Finalmente una neurotización de las relaciones sociales. Un espacio que posibilitará el descubrimiento y aparición de los síntomas; ahora este niño es muy introvertido, o muy extrovertido, ahora tiene muchos amigos o muy pocos. Este hombre tiene problemas de relaciones interpersonales, aquel problemas de pareja...
Todas estas técnicas se han construido sobre un espacio de intervención, una intervención que aparece ya sobre los cuerpos, ya sobre las mentes; una red que trasciende toda la vida social, de la escuela al trabajo, pasando por la familia, las diversiones, etc. Una red que impone formas de subjetivación y modos de ser.  
Aquí se ve el modo en que el poder ha construido el modelo de una normalidad, el “Yo adaptado”, al cual es preciso acercarse. Un modelo que prescribirá su orden sobre las sexualidades, sobre el contenido de las relaciones personales, sobre una dietética, sobre una relación propia del individuo con su cuerpo... sobre infinidad de detalles, de lo más nimio a lo más relevante. Desde el nacimiento a la muerte, desde lo más íntimo a lo más público, de lo individual a lo social, se ha construido un modelo de normalidad que constantemente se impone a nuestros ojos, y con el cual se nos arenga a compararnos de manera casi infinita, un sí mismo (self) que no es sino un otro, ideal, meta, fantasma. Es también Rose, quien ha señalado el lugar de estos discursos psicológicos. En un primer momento una serie de “métodos de alerta”, de reflexión, de pensarse a uno mismo como objeto de pasiones, deseos, miedos y amores, un reconocimiento y una meditación sobre los estados internos. Aquí, por ejemplo la Terapia Guestalt de Perls nos propone toda una serie de ejercicios para conocer nuestro comportamiento y analizarlo; una serie de técnicas que nos permiten darnos cuenta de nuestras emociones. Berne propondrá en cambio comparar nuestros pensamientos con las figuras de un Padre, un Adulto o un Niño que determinarán nuestras acciones. Un segundo momento aparece en lo que Rose llama los “algoritmos de la interacción”, una serie de estrategias destinadas a transformar las acciones, actos, conductas, emociones y pensamientos de los seres humanos en cantidades numéricas a fin de compararlos con una media que definirá los criterios de la normalidad. Ora lo sano por proximidad a esta normalidad-normatividad, o lo patológico-excepcional como un alejamiento de la media En un tercer momento encontramos aquellas técnicas que se han denominado las “narrativas de los sentimientos”, las cuales nos llevan a identificarnos con una amplia serie narrativas anónimas, que se supone deben servirnos de modelo para nuestras propias acciones y pensamientos y que determinarán el mundo del ser y del deber ser.
Estas posibilidades siguen vivas. Seguimos, en gran medida, siendo modernos. Seguimos atrapados en los terrenos de análisis y en las posibilidades abiertas por las ciencias humanas. Seguimos atrapados, más de cien años después, en los discursos de la psicología. Siguen latiendo en nuestra modernidad, todos los presupuestos que los hacen posibles.

El espacio psicológico

Foucault, en ese extraordinario análisis de las ciencias humanas que es Las palabras y las cosas,establece tres espacios epistemológicos para las ciencias humanas, o más bien establece a las ciencias humanas en el espacio que se despliega al interior de lo que se ha llamado un triedro de los saberes.


Figura 2.
Las ciencias humanas no aparecen al interior de este triedro, sino en el espacio que se crea al interior de su dimensionalidad, en la intersección misma de este discurso. Para Foucault es preciso también distinguir en ello tres espacios de discurso, el espacio sociológico, el espacio del lenguaje y el espacio psicológico , este último merece aquí nuestra atención, es el espacio que encuentra su lugar “...allí donde el ser vivo, en la prolongación de sus funciones, de sus esquemas neuromotores, de regulaciones fisiológicas, pero también e la suspensión que los interrumpe y los limita, se abre a la posibilidad de la representación...”
 Efectivamente, es allí el lugar donde es posible todo discurso psicológico. Por un lado en la remisión ineludible a una verdad que se encuentra del lado del órgano o de la neurona (positivismo y psicología del contenido), del aprendizaje (conductismo) o en la quimera -tan del gusto de la psicología clínica- de una personalidad sana. En todo caso, el horizonte epistémico es el mismo. No puede reconocerse allí límite alguno, y como no es posible tal, aparece siempre la promesa renovada de una adaptación, de una educación en el amor y en las figuras que se llaman a sí mismas humanistas.
Así, hoy en día, atrapada en esta imposibilidad -que le es consubstancial- de fundamentar su positividad -ya decía hace mucho Canguilhem que la psicología no tiene objeto- la psicología recurre como fundamento al mito de esa figura unificadora y parpadeante que es el Hombre. Recurre al mito que se promete en un pasado ideal (el buen salvaje) o en la apología de un mundo porvenir sin alienación. Como el espacio es tan endeble caben en este discurso -que no es sino uno- todas las posibilidades, que no por llamarse “científicas” o humanistas son menos metafísicas -por el contrario; convirtiéndose la psicología moderna en una infinidad discorde de técnicas contradictorias y en un espacio abierto al delirio. De la “ciencia” a la moralina, de la verdad al mito. Pero sobre todo en la persistencia de una entramada red de poder que se entreteje en nuestras vidas. 

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