Sujeto y Psicoanálisis: Capitulo VIII


Capítulo VIII

Metapsicología

Im Anfang war Freud...
Im Anfang war die Freude...
(En el principio era Freud...
En el principio era la alegría...)
Néstor Braunstein, Goce, p.11.


Anna

“En julio de 1880, el padre de la paciente, a quien ella amaba con pasión, contrajo un absceso de peripleuritis que no sanó y a consecuencia del cual murió en abril de 1881 (...) Nadie sabía lo que estaba sucediendo pero poco a poco (Anna) empeoró su estado de debilidad, anemia, asco ante los alimentos (...) una tos intensísima (...) era una típica tussis nerviosa. Pronto acusó una llamativa necesidad de reposo en las horas de la siesta, a lo cual seguía, al atardecer, un estado de adormecimiento y luego una intensa inquietud. A principios de diciembre surgió el strabismus convergens (...) El 11 de diciembre la paciente cayó en cama, y siguió en ella hasta el 1º de abril. En rápida sucesión se desarrollaron una serie de graves perturbaciones, en apariencia totalmente nuevas. Dolores en el sector posterior izquierdo de la cabeza; strabismus convergens (...) queja de ver inclinarse las paredes. Perturbaciones visuales de difícil análisis; paresia de los músculos anteriores del cuello (...) contractura y anestesia de la extremidad superior derecha y, pasado algún tiempo, de la inferior de ese mismo lado (...) luego igual afección apareció en la extremidad inferior izquierda y por último en el brazo izquierdo...
En ese estado empecé a tratar a la enferma, y pronto pude convencerme de estar ante una grave alteración psíquica. Existían dos estados de conciencia enteramente separados; alternaban entre sí muy a menudo (...) en uno de ellos conocía a su contorno, estaba triste y angustiada pero relativamente normal; en el otro “se portaba mal” (...) insultaba, arrojaba las almohadas a la gente...  
En momentos de claridad total se quejaba de las profundas tinieblas que invadían su cabeza, se volvía ciega y sorda, tenía dos yoes, el suyo real y uno malo que la constreñía a un comportamiento díscolo, etc. Después (...) sobrevino una profunda desorganización funcional del lenguaje. Primero se observó que le faltaban palabras y esto cobró incremento. Luego, su lenguaje perdió toda gramática, toda sintaxis, la conjugación íntegra del verbo; por último construía todo mal, las más de las veces con un infinitivo creado a partir de formas débiles del participio y el pretérito, sin artículo. En un desarrollo ulterior también le faltaron casi por completo las palabras, las rebuscaba trabajosamente entre cuatro o cinco lenguas y entonces apenas si se la entendía...
...ahora sólo hablaba en inglés y no entendía lo que se le decía en alemán. Sus allegados debían hablar en inglés con ella (...) pero leía en francés e italiano; si debía hacerlo en voz alta, con asombrosa presteza y fluidez daba una versión inglesa de lo escrito en la hoja...
¿Quién es este extraño personaje que nos describe Josef Breuer? ¿Qué cuerpo es éste que aparece atravesado en todas sus regiones por dolores, parálisis, movimientos involuntarios y acaso... placeres? ¿Quién es la dueña de esta corporalidad quimérica? ¿Quién habla este lenguaje que se descompone en infinitas partes, que integra vocablos del inglés, el francés y el italiano? ¿Qué ley -oculta acaso- hace palidecer las palabras salidas de esa boca, hasta ahogarlas en un silencio? ¿Quién calla cuando Anna habla? ¿Quién habla cuando Anna calla? Finalmente ¿Qué pasa con esa conciencia de Anna? ¿Quién ocupa su lugar por las tardes? ¿Qué deseos ignorados la habitan y la llevan a realizar esas acciones incomprensibles?
Estos tres espacios de cuestionamiento, que nos apunta la imagen de la histérica, desmoronan el ideal de la conciencia y el espejismo del hombre soberano, duplicado en la experiencia positiva de lo empírico, que nos ofrece la modernidad en la imagen del sueño antropológico.
Breuer se asombrará ante este caso, se enamorará incluso de esta Anna O.; de Bertha Papenheim que era su verdadero nombre. Freud, por el contrario nacido en los límites y en el último momento -clásico diríamos, jugando con las palabras- de la modernidad, en el espacio limitado de los discursos médicos (discípulo de Meynert, de Claus y de Brentano entre otros) se encuentra en el límite fugaz de este pensamiento moderno en el cual aún, en gran medida -insistimos- estamos atrapados.
 Agotados los límites de este pensamiento, agotados los lugares de la corporalidad médica, agotadas las prácticas clínicas, así como el estudio de las lesiones y las degeneraciones, agotada incluso la anamnesis en su proseguir histórico-acumulativo; queda ahí la histérica que hace surgir las tres preguntas a las que nos referimos con anterioridad.
Al igual que el loco y el poeta, en el paso del pensamiento antiguo al pensamiento clásico; o el libertino en el paso del pensamiento clásico al pensamiento moderno; la histérica aparece como ese lugar de las posibilidades imposibles. Como ese ser que hace de su acción, de su decir y de su vivir, la replica quimérica y bizarra de lo que el pensamiento de su época permite. El loco y el poeta aparecen para el pensamiento clásico, como las dos caras de una moneda en la relación de los hombres con el lenguaje. El loco como el lector infinito de la semejanza y el poeta como el lector del lenguaje subterráneo que se impone por sobre la semejanza. En el final del pensamiento clásico, Sade hace aparecer el desorden ordenado de las representaciones, hace también aparecer, en contraparte al discurso de Kant -como su doble negativo- la posibilidad de un deseo latente y el cuestionamiento absoluto de la moral basada en la razón, tan imperativa y categórica como ella: la moral de un libertino. Del mismo modo, esta Anna como muchas histéricas -pero ésta tiene un lugar tan especial- hace aparecer y desmorona el espacio del hombre, apenas prefigurado segundos antes, casi diríamos que instantes.
Pues en la histérica el habla (a)callada se hace palabra en el cuerpo, en esa cruz que se carga y que produce un lumbago, en esa “cachetada” que diariamente recibe Cäcilie a raíz de las andanzas de su esposo y que se convierten finalmente en una parálisis facial -un síntoma. A la inversa, lo que no puede -ni debe- hacerse con el cuerpo se hace con las palabras, en el sueño, en la fantasía, el lapsus y el chiste, en las llamadas formaciones de compromiso. Anna, el caso inaugural, rompe las ataduras que mantienen ligado este espacio fugaz del Hombre. Aparecen -pero sólo es una apariencia- revueltas palabras, corporalidades, deseos y productos. En un solo espacio -aquel del cuerpo quimérico de la histérica- la figura de este Hombre que trabaja, vive, habla y piensa encuentra -quizá como en ninguna otra experiencia- sus límites. La semejanza entre el lugar del loco y el lugar de la histérica es sólo apariencia, bien es sabido que locos e histéricas ha habido siempre, pero es distinto el espacio que como empiricidades -y desde Freud- habrán de ocupar. La locura era la razón obnubilada; por la animalidad, por el abuso de las pasiones. Era también, y en otro momento, aquello que aparecía como lo antinómico de la razón; como una sinrazón. Ahora, desde Freud, la histeria es un espacio acallado de la verdad, es su propia verdad que deberá construirse su palabra; es un cuerpo que habla.

Soñar

Para el discurso psicologista de la época moderna, la conciencia campeaba como insignia de la mente y del Hombre. He ahí que en dicho espacio, que en tal juego discursivo, todo aquello que no fuera voluntario ni consciente, todo lo que no entregara sus razones a esta figura de lo humano como sinónimo de lo racional, quedara fuera del espacio de las empiricidades; relegado, como el producto de desecho de una actividad mental consciente, como el producto de una fatiga o como el producto de una fiebre.
Así, el campo psicológico moderno no puede estudiar aquellos elementos que escapan a su campo de definición, al a priori discursivo que definirá para ellos los límites de lo pensable y de lo decible. En este campo, el sueño, el lapsus, el síntoma histérico, obsesivo, alucinatorio, etc.; sólo serán desechos de la actividad mental consciente, traslapes de la lengua, fallas de la memoria, fingimientos... No puede corresponderles ningún otro lugar que no sea éste. No pueden desarrollarse como elementos de una empiricidad, pues su carácter es externo a ella, no son reconocibles en el discurso psicológico más que como fallas. Sin embargo, sueños, síntomas, chistes y lapsus ahí están, y es Freud quien, en un gesto tan sólo comparable al de Nietszche -en relación con la moral- y por otro lado quizá al de Marx, abre el espacio que permitirá la ruptura; interroga desde otro lugar a esta figura del hombre; interroga desde otro lugar a ese cuerpo de la medicina; interroga desde otro lugar a ese lenguaje de los filólogos, interroga desde otro lugar a ese deseo de los economistas y desde otro lugar interroga a la razón, a la voluntad y a la conciencia que han devenido características de este hombre, de este Yo y de esta personalidad.
A partir de ahora, el sueño tendrá un significado, ya no el de los magos del mundo antiguo, regido por el imperio de la semejanza. Ya no será el sueño el presagio supersticioso de lo porvenir, la señal mediante la cual el hado devela a los hombres la trama infinita que une Macrocosmos y Microcosmos, ni será lo que el imperio de la semejanza revela al hombre en el orden del mundo. Ya no será tampoco la ocasión de la confusión cartesiana o posteriormente el desecho de la actividad mental. Ahora, el sueño pasa a ser un elemento del lenguaje, las imágenes se convertirán en algo similar a un jeroglífico, se descubren ya en La Interpretación De Los Sueños, las reglas que han de definir el trabajo onírico: desplazamiento (Verschiebung) y condensación (Verdichtung) las llama Freud, metáfora y metonimia las llamará Lacan, ubicándolas de pleno derecho en el ámbito del lenguaje.

Más allá de la conciencia

El descubrimiento del Inconsciente -y he ahí uno de sus méritos- se sitúa en un pensar más allá de la conciencia y plantea en este sentido una ruptura con toda la psicología moderna que se define en términos de un estudio de la conciencia o de lo mental en cuanto tal. De esta manera, por ejemplo los trabajos de Janet, y su noción de debilidad psíquica, planteaban una escisión de la unidad de la conciencia y la formación de dos conciencias independientes entre sí. Por el contrario, la noción psicoanalítica del Inconsciente postula la existencia de una escisión de la psique (Spaltung) que arroja contenidos representacionales fuera de la conciencia, en donde la capacidad de devenir conscientes queda impedida a causa de la represión (Verdragung), a la que Freud define en sus primeros trabajos como un “esfuerzo de desalojo”. De este modo vemos a Breuer criticar con las siguientes palabras el trabajo de Janet al compararlo con la hipótesis del Inconsciente:
“...esta media psique es entonces por entero completa, es consciente dentro de ella misma. En nuestros casos, la parte escindida de la psique ha sido reducida a las tinieblas como los titanes han sido reducidos en el cráter del Etna; ellos pueden sacudir la tierra pero nunca salen a la luz. En los casos de Janet en cambio se ha consumado una división completa del reino...”.
El suponer la existencia de tales representaciones inconscientes (lo que planteaba una contradicción in termini en tiempos de Freud), aparece como la posibilidad de situar contenidos representacionales fuera del espacio de la conciencia, lo que implica a su vez, una reformulación total del problema de la conciencia en la que se define la individualidad del hombre para la época moderna; a la vez que por otro lado, plantea la necesidad de explicar el porqué de ésta separación de la mente en Consciente e Inconsciente. En este segundo terreno, la importancia del trabajo freudiano es igualmente fundamental. La escisión (Spaltung) de la conciencia aparece desde los primeros trabajos, como el resultado de un conflicto entre dos exigencias irreconciliables. Un deseo por un lado y por el otro una conciencia moral que a él se opone; incluso, y he ahí el meollo, que se opone inclusive a que sea pensado como fantasía. De ahí que el concepto de las formaciones del Inconsciente (lapsus, sueños, síntomas) sea fundamentalmente el de formaciones de compromiso: la versión deformada de un Deseo inconsciente. Señalamos de paso, que este esfuerzo de desalojo que Freud llamará represión (Verdrangung) es siempre fallido, o para ser más precisos, que sólo podemos conocer de él en cuanto la represión ha fallado en su cometido, en cuanto la represión no es perfecta, en cuanto no es lograda. Freud demostrará la existencia de pensamientos y sentimientos inconscientes y lo que es aún más importante, la persistencia de un Deseo (Wunsch) que articula este pensamiento. Mostrará que el síntoma, histérico u obsesivo; que el chiste, el lapsus y el sueño encierran un significado. Mas no es el significado de la representación clásica -que se pretende idéntico a sí mismo, ni es tampoco un significado que pueda desplegarse sobre el mundo de las cosas. El significado freudiano es un significado particular, único para cada persona. He aquí que por ello no sea el psicoanálisis ubicable ni definible dentro de la perspectiva de un positivismo. He aquí el porqué del ataque de anticientífico que el positivista arrostra al psicoanálisis. Éste no es una ciencia positiva como pudiera pretender - aunque fallidamente- la psicología; ni tiene por qué serlo. El psicoanálisis privilegia así una experiencia de lo individual, tanto como puede serlo la escritura de un hombre o como puede serlo un sueño. No hay por ello significados privilegiados, no hay por ello tampoco una simbólica ni una clave de sueños a la cual recurrir.
En este sentido, el psicoanálisis es una metapsicología como bien lo llamara Freud. El Inconsciente freudiano, el Umbewusste, aparece así como un pensar ajeno a la conciencia, a esta conciencia que reinara omnipresente -y durante tan poco tiempo- en la figura del moderno Hombre. Al postular el sentido metapsicológico del psicoanálisis, Freud abre el espacio a una nueva posibilidad de pensamiento, y se abre a través de él, un nuevo espacio en este movimiento que podemos ubicar como el suelo arqueológico donde reposa el problema de la subjetividad, en especial aquí en nuestra persecución a través de los discursos de la psicología.

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