Los iguales y los diferentes
Los iguales y los diferentes
A raíz
de las recientes propuestas del ejecutivo respecto del derecho al matrimonio
igualitario se han levantado grandes protestas de grupos cercanos a las
iglesias católicas y evangélicas que consideran de algún modo vulnerado sus
derechos y en función de esto argumentan que tal derecho (al matrimonio) solo
debe aplicar para parejas heterosexuales (hombre-mujer) en función de lo que
llaman “la familia natural.
Podría argumentar que no existe algo así como
la “familia natural” puesto que la familia es una institución social, y en la
naturaleza, los animales se organizan en función de manadas, cardúmenes,
bandadas o distintas formas grupales en las cuales el comportamiento sexual
adopta múltiples formas, muchas de las cuales implican distintas y múltiples
parejas de uno y u otro sexo.
Las familias humanas adquieren también formas
culturales diversas que ha testimoniado la antropología y la historia como el
matrimonio sagrado entre hermano y hermana en los faraones egipcios o los
incas; o la familia punalúa donde un grupo de hombres toma por esposas aun
grupo de mujeres y los hijos procreados –sí, todos contra todos- consideran
padre y madre a cualquiera de estos hombres y mujeres.
La Biblia tan citada por estos grupos, tampoco
olvida mencionar múltiples formas de uniones, como un hombre con muchas mujeres
(poliandria) en los casos de los reyes David y Salomón; homosexualidad varonil
en el mismo David; el levirato donde el cuñado sucede como esposo de la viuda
al hermano muerto; por no mencionar la unión entre hijas y padre para preservar
la descendencia de este último (las hijas de Lot que tienen sexo con su padre
luego de emborracharlo). Huelga decir
pues que “familia natural” es algo que solo existe en las fantasías moralistas
de sus propagadores.
Uno de los principios fundantes de las
sociedades occidentales modernas es el que refiere a la igualdad entre los
seres humanos. Nacida de la ilustración y en contra de la aristocracia que
señalaba como punto fundamental una inherente desigualdad humana (aristócratas
por derecho divino en oposición a plebeyos), el principio de la igualdad
fundada en la razón hace universal la condición humana por encima de cualquier
diferencia (sexo, raza, color ideología, religión, etc.) Cierto es que esta igualdad está todavía (200
años después) en proceso de construcción y aún persisten en la práctica
diferencias terribles, pero como principio a muchos occidentales en general nos
parecen incuestionables, pese a la existencia aún de la discriminación sexual,
étnica, religiosa, ideológica o económica.
No ocurre lo mismo en otras sociedades como el
mundo islámico o pueblos indígenas donde el principio que rige es el de una
esencial diferencia, por ejemplo entre hombres y mujeres que son considerados
en teoría y de facto, como individuos esencialmente distintos y por tantos
avocados a funciones sociales diametralmente diferentes. En México no son raros
los casos de comunidades indígenas que expulsan a quienes no comparten su
religión o afiliación política o el caso de muchas mujeres que aun siendo
electas políticamente a cargos de elección popular han sido defenestradas de
sus cargos por las comunidades mismas o partes de ellas.
Si siguiera en esta elaboración podría seguir
señalando ad infinitum multitud de
ejemplos pero no es la intención de este texto.
John Stuart Mill en su clásico trabajo sobre la
libertad describe la sociedad de su tiempo (primera mitad del siglo XIX) como
una sociedad en la que paulatinamente el concepto de igualdad de los ciudadanos
se irá imponiendo para incluir en tal, cada vez más, a mayor cantidad de
personas, mujeres, negros, etc. Y en donde la gran dificultad consistirá en el problema de
definir las libertades del individuo contra las coerciones del estado moderno,
de ahí derivará su principio de la autonomía. “La única limitación que el
estado puede poner a la libertad del individuo consiste en evitar que cause
daño a otros”.
A partir de aquí queda evidente lo absurdo de
estas marchas “por la familia” pues lo que están pidiendo no es un derecho (que
se les conceda algo) sino que se les quite un derecho a otros (que no se
permita casarse ante la ley) NO ante la religión- a quienes quieran hacerlo
independientemente de su sexo.
Por supuesto que las religiones tienen el
derecho a considerar matrimonio lo que ellas quieran y quienes les hagan caso
también están en todo su derecho; pero el matrimonio igualitario no es un acto
religioso sino un acto civil y por ende laico. Nadie obligará a monseñor
Norberto a casar a una pareja de hombres.
Diego Fernández de Cevallos, conocido político
mexicano conservador, comentó hace unos días en el noticiero de Carlos Puig en
grupo Milenio que se oponía al matrimonio entre personas del mismo sexo pues
consideraba que a quienes se definían como diferentes se les debía preservar en
esa diferencia a partir de la cual se definían. Hoy 19 de septiembre desarrolla
esta argumentación en un texto publicado en el periódico Milenio con el título
de “matrimonio igualitario” todo entre comillas.
En este texto señala algunas cosas como que el
conflicto se da entre elementos como la no discriminación y lo que llama
“valores tradicionales” que para él son evidentemente los valores del
catolicismo, etc. Luego argumenta que “estudios revelan que la mayor parte de
los mexicanos nos oponemos a que se llame MATRMONIO a la unión entre parejas
homosexuales” y también a la adopción de niños por parte de tales parejas. Obviamente
jamás indica ninguna fuente de tales supuestos estudios. Pero el argumento
carece de peso, pues históricamente hemos visto oposiciones de grupos
conservadores (por eso se llaman conservadores) a los derechos de otros, por
ejemplo a la no discriminación racial, a los derechos de las mujeres, en contra
de la educación sexual, de la libertad religiosa, etc. Al parecer el jefe Diego
se suma a estos grupos.
Líneas después, luego de un llamado al diálogo
–siempre respetuoso eso sí- arguye. “Que nadie niegue derechos, que nadie
destruya instituciones”. Oposición falsa por dicotómica pues supone que aceptar
derechos promueve destruir instituciones. El matrimonio igualitario no se opone
en modo alguno al matrimonio hombre-mujer, sino que busca extender sus beneficios
legales (herencia, seguridad social, adopción a personas del mismo sexo). La
dicotomía propuesta por el jefe Diego solo existe en su imaginación o en su
mala voluntad, ya que en modo alguno señala –tonto no es- el porqué de tal
oposición, eje de su argumento.
Luego de señalar que la Suprema corte no
legisla sino que interpreta, y que en su interpretación puede ser falible, cosa
con la que coincidimos, no señala el porqué de esta aclaración pues queda
implícito. Para el jefe Diego, la corte se equivocó –fue falible- al
interpretar de esta manera el derecho al matrimonio igualitario. Es decir, al
poner por encima los Derechos Humanos ante que las tradiciones que él y otros
defienden.
Concluye con un párrafo asombroso en sus
contradicciones y absurdos donde señala. “La lucha contra la discriminación
debe ganarse. La que busque destruir el concepto cultural y tradicional del
matrimonio debe perderse” Queda claro que para él antes que los derechos están
las tradiciones; como antes fueron tradicionales la segregación racial, la
intolerancia religiosa y la discriminación. Pero se opone a la discriminación.
Supongo que para él no hay un absurdo aquí pues la discriminación solo debe
combatirse en la teoría y nunca en el mundo real de la praxis.
Culmina su galimatías diciendo “Si ambos nos
asumimos diferentes que la ley nos reconozca diferentes pero con igualdad de
derechos” La ley no actúa en función de personas específicas (ese es un
privilegio) sino en función de principios generales. Los derechos humanos son
principios generales de la igualdad entre las personas independientemente de su
sexo, raza, religión, ideología, etc. Mismos a quienes el jefe Diego quiere
tratar como diferentes… Si seguimos este principio, pronto habrá leyes que
explícitamente separen a partir de estas diferencias. Se vivió en algunos
países y se llamó Apartheid.
Por lo visto, para el jefe Diego todos somos
iguales, pero algunos somos más iguales que otros como diría el clásico.
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